El nacimiento y la muerte constituyen los dos extremos que delimitan el camino de nuestra vida terrenal. Uno nos suele sorprender inundado de alegría, la otra atropella siempre envuelta en tristeza y desolación. Pero, a veces, algún recodo inesperado de ese sinuoso trayecto de la vida nos abre una visión panorámica que permite contemplar ambos extremos. Eso me sucedió a mí justo el pasado lunes, celebrándose el Lunes Santo en nuestra vieja tradición cristiana.

Se oficiaba el funeral de mi tía Gloria, fallecida prematuramente a los 71 de la misma terrible enfermedad que se llevó -hace ya tiempo- a su hijo Kike con 33. El escenario, la Parroquia de la Santa Cruz de Palma, el lugar en el que yo fui bautizado hace ya bastantes años, y donde lo fueron también dos de mis tres hijas, unas cuantas décadas después. Reunir en un mismo escenario tantos recuerdos combinados de alegrías y tristezas, de la vida y de la muerte, causa una extraña sensación.

Es bastante complicado sostener en firme las creencias cuando el destino golpea especialmente a una familia. La muerte cruel y prematura de varios seres queridos somete a una dura prueba cualquier profunda convicción. Poco suelen ayudar, en esos momentos, los rutinarios sermones habituales que escuchamos en muchas de nuestras iglesias. Pero algo sonó diferente en las palabras del párroco de Santa Cruz. Qué fácil resulta comprender el sentido de la fe cuando se expresa en un sucinto ramillete de ideas claras. Esos escasos momentos ayudan y reconfortan a cualquiera. Describir de forma sencilla las cosas complejas constituye uno de esos dones que suele racanear en exceso la naturaleza humana. Pero el padre Nadal Bernat fue bendecido con esa virtud, que repartió generosamente entre quienes le escuchamos.

La celebración de la Semana Santa representa en esencia esa extraña combinación de vida y muerte. Y constituye un excelente resumen de las paradojas de la vida humana. Recordar cómo una misma persona entró un domingo en Jerusalén aclamado bajo los ramos del pueblo, para salir unos días más tarde insultado y colgado de un madero nos ofrece la exacta medida de nuestra desconcertante existencia. Y retrata la estúpida futilidad de todas las vanidades. Porque los mismos que le adulaban le condenaron cuando cayó en desgracia frente al poder. Es la triste historia de siempre, repetida siglo tras siglo, sin que nadie parezca aprender jamás.

Ver la serena dignidad con la que personas queridas, como mi tío Juan, aguantan las tarascadas de la vida y de la muerte admira a cualquier afortunado que le acompañe. Y ayuda a aminorar algo el inevitable tambaleo de toda fe. Ejemplos vivos como el suyo recuerdan que lo que empezó con ovaciones, vítores y palmas, y siguió con insultos, tortura y muerte, acabó finalmente en resurrección. Juan cree firmemente que Gloria está ya reunida con Kike, y que juntos le esperarán felices cuando le llegue el momento. Esa admirable entereza alimenta la confusa esperanza de todos los que estamos con él.

PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN MALLORCADIARIO.COM EL 10 DE ABRIL DE 2023.

Por Álvaro Delgado Truyols