Una de las frases míticas del gran boxeador norteamericano Mike Tyson, ex campeón mundial de los pesos pesados y una auténtica bestia del tamaño de dos armarios roperos, era algo así como que “todos mis rivales tienen un plan hasta que les pego la primera hostia”. Como pueden ustedes comprobar, su comentario encerraba una lección natural de estrategia deportiva, tal vez no demasiado sofisticada pero verdaderamente efectiva. Sobre todo si en el ring tenías enfrente a un tipo como él.
En el intrincado mundo de las relaciones internacionales y de las instituciones europeas, acabamos de contemplar las primeras bofetadas que se ha llevado fuera de casa nuestro Presidente del Gobierno Pedro Sánchez, cuyo plan de colocar a su Ministra de Economía Nadia Calviño como Presidenta del Eurogrupo -para así controlar las ayudas comunitarias a la reconstrucción económica española tras la crisis del coronavirus- se ha ido al traste por un ajustado rechazo mayoritario de los países de la Unión Europea. Tampoco le ha funcionado su aspiración de promocionar a su Ministra de Asuntos Exteriores Arancha González Laya a la Presidencia de la Organización Mundial del Comercio. Dos notorias tortas en todos los morros a nuestro engreído Presidente, gran aficionado a las trolas y al desprecio a sus rivales, pero a quien está resultando bastante complicado vender credibilidad política fuera de nuestras fronteras.
Este es el precio que Sánchez va a pagar, y toda España también con él, porque en Europa no se tragan su idílico “relato”, ese que está siendo constantemente cocinado -dentro de los límites de nuestro país- por una mayoría aplastante de televisiones y medios afines, pero que resulta mucho menos efectivo fuera de la esfera de actuación de los Iván Redondo, Jorge Javier Vázquez y Antonio García Ferreras, y también lejos de las millonarias subvenciones audiovisuales repartidas por el Gobierno español entre los medios de comunicación nacionales.
Y es que, aparte de la torpeza de no haber atado bien todos los apoyos a Calviño o a González Laya, mentir a la Unión Europea en las cifras de déficit del último año, tener medio Gobierno infestado de radicales bolivarianos montando bulla todo el día, amenazar a la sufrida clase productiva con subir impuestos mientras todos los demás países de nuestro entorno los están bajando, gestionar de forma penosa el estado de alarma, las medidas económicas y las cifras de muertos de la pandemia y, finalmente, presumir en una entrevista en el Corriere della Sera italiano -pocos días antes de la votación para la Presidencia del Eurogrupo- de que no piensa llegar a ningún acuerdo con la oposición son cuestiones que pasan factura ante países “frugales” y gobernantes serios, esos que miran con lupa la economía y las cuentas, y a quienes gusta muy poquito que otros -que continuamente piden- se gasten en políticas populistas muchos más millones de euros de los que habitualmente ingresan.
Otro que también tenía un plan era el Macho Alfa de Podemos. Hasta que le han pegado las primeras tortas en toda su jeta. Algunos periodistas díscolos como Vicente Vallés, Eduardo Inda o Esteban Urreiztieta, y un Magistrado llamado Manuel García Castellón, profesionales independientes de los que no abundan en sus soñados paraísos comunistas, le están zurrando la primera tunda realmente sonada. Que puede llevarle, en no demasiado tiempo, a ser encausado y condenado por un delicado asunto penal dado su turbio comportamiento en el caso de su ex asesora Dina Bousselham.
El plan de Iglesias, típico de estos burdos caciques amamantados por los muchos millones que maneja la extrema izquierda internacional, era bastante menos complejo que el de su amigo Sánchez. Simplemente presentarse ante los españoles, tras la anterior crisis económica, como el defensor de la “gente”, el azote de la “casta” y el paladín del feminismo posmoderno. Nada más, pero nada menos. Hasta que, muy pocos años después, hemos podido comprobar que era un completo sinvergüenza. Aparte de descubrir la mayoría de los ciudadanos su verdadera cara, habiéndose llevado un revolcón de campeonato en las últimas elecciones autonómicas celebradas en Galicia, donde ha pasado de 14 diputados a cero patatero, y en el País Vasco, donde ha reducido su representación parlamentaria a la mitad de la que tenía.
En unos pocos años Pablo Iglesias había conseguido, gracias a los votos de millones de incautos, el nivel de vida por el que suspiraban todos los españoles –casoplón custodiado por doce coches de la Guardia Civil incluido- y pronto se ha revelado ante la opinión pública -a la que maldice por tener criterio propio e informar libremente- como un déspota y un machista repugnante. Que no solo coloca en los puestos de mando -incluso como Ministras- a las concubinas que sucesivamente se trajina, sino que luego las humilla ubicándolas tras una columna del Congreso de los Diputados, o sustrayéndoles la tarjeta del móvil -para protegerla dijo el muy caradura- cuando abandonan el lecho Alfa y constituyen una amenaza para sus intereses políticos o personales. Un tipejo despreciable que debería perder toda su fama si no estuviera especialmente tutelado por la izquierda mediática dominante. Con la agravante de que, cuando ciertos periodistas o jueces quieren averiguar la verdad sobre sus fechorías, su única obsesión es silenciarlos como haría cualquiera de sus conocidos mecenas totalitarios, esos que le colocaron cientos de miles de dólares en una cuenta del paraíso fiscal de Islas Granadinas.
Y, ya que hemos comenzado citando a Mike Tyson, vamos a acabar también con él, puesto que el nivel de nuestros dos protagonistas de hoy tampoco merece un mayor desgaste intelectual. Porque el rey de los mamporros en los cuadriláteros, aparte de sacudir de lo lindo, decía ciertas cosas realmente sensatas. Y en otra señalada ocasión exclamó, en frase que viene que ni pintada para definir a los dos pájaros que tenemos en el Gobierno, que “algunas personas tratan de sacarte de la esclavitud para hacerte sus esclavos”. Visto lo visto, no se dejen ustedes obnubilar por el aura de nuestros políticos ni desprecien la inteligencia de los boxeadores.
Por Álvaro Delgado Truyols
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