Resulta desternillante la afición de cierta izquierda mediática a marcar la línea a seguir a partidos a los que nunca piensa votar, y a los que desearía una continuada ausencia del poder. Y también la sumisión de algunos haciéndoles habitualmente caso. Eso acaba de suceder con el Partido Popular tras la última victoria autonómica de su líder gallego Alberto Núñez Feijóo. Las recomendaciones han venido no sólo de los rivales, sino también de muchos barones regionales del PP, que ahora suplican a la dirección nacional la adopción entusiasta en toda España de lo que llaman el “Modelo Feijóo”.
Sorprende también escuchar a Ministros alabar el triunfo del político gallego diciendo -como José Luis Ábalos en rueda de prensa tras las elecciones del 5 de julio- que “ahora lo que se lleva es la moderación”. Y eso lo recomiendan tipos que deben su poltrona al apoyo de Podemos, Bildu, ERC, JxCat, y demás tropa que pretende cargarse la monarquía y funciona habitualmente extramuros del régimen constitucional. Cuando, además, echaron al PP del Gobierno mediante una moción de censura. Vivimos el completo sarcasmo de ver a una banda de zorros sufriendo angustiados por el bien de sus enamoradas gallinas.
Lo del “Modelo Feijóo” está dando también mucho juego en nuestras Islas Baleares, donde bastantes columnistas de prensa -y un importante sector del PP balear- se han apresurado a recomendarlo como la panacea para la crisis de nuestro principal partido de centro-derecha. Pero, conclusiones simplonas aparte (aquí hay mucho “capitán a posteriori”), y modas influidas por la dominante “corrección política” también (a la derecha se le exige siempre “moderación”, mientras la izquierda no para de radicalizarse ante el regocijo general de todos sus cronistas), deberíamos hacer una disección algo más profunda de lo que significa la figura de Feijóo y su forma de desempeñar el poder. Y también del lugar donde lo ha ejercido durante tres legislaturas seguidas: una Galicia cuyas características políticas, geográficas, sociológicas y culturales -y la idiosincrasia particular de sus habitantes- tienen poco que ver con nuestra peculiar comunidad insular. Yo, como gallego “adoptado” por mi numerosa familia política, y visitante habitual de la Galicia urbana y rural durante casi treinta años, algo les puedo contar.
La exportación del “Modelo Feijóo” en lo que tiene de eficacia en la gestión, imagen de liderazgo moderno, capacidad de diálogo, sensibilidad con la lengua y la cultura gallegas, y competencia profesional contrastada resulta fácilmente recomendable a cualquier gobierno nacional o autonómico que se precie. Aunque también podríamos hablar, en parecidos términos, del “Modelo Almeida”. Con la salvedad de que resulta más fácil mostrar moderación política -que tanto se le ensalza al meritorio líder gallego, y ahora también al joven madrileño- cuando uno está en el poder -especialmente cuando va a gozar de su cuarta mayoría absoluta- que cuando está calentando escaños en el limbo de la oposición. Alberto Núñez Feijóo ha conseguido ser, en la Galicia urbana y también en la rural, una versión modernizada de lo que representó la figura de Manuel Fraga Iribarne, gran muñidor político y social de la Autonomía gallega, hombre que obtuvo también cuatro mayorías absolutas, y cuya influencia en la Galicia moderna aún pervive en muchos aspectos, dado el carácter pragmático y eminentemente conservador del pueblo gallego. Feijóo ha sabido añadir a los recuerdos dejados por el “patrón” un talante dialogante, un habla gallega auténtica y natural, una notable eficacia como gestor, y una imagen de tipo serio, fiable, formado y competente. El polo opuesto, por ejemplo, a lo que exhibe el engreído, embustero e incompetente Pedro Sánchez.
Pero, sin restar méritos al político orensano -que demostró cobardía o falta de ambición no postulándose tras la marcha de Rajoy– otras circunstancias en Galicia juegan a su favor. La primera, que allí no existe la presión del independentismo catalán, ni de ningún imperialismo parecido. Los gallegos no quieren ser portugueses ni hartos de orujo, y les importa un carallo la unidad de la lengua galaicoportuguesa. Y tampoco tienen, en la majestuosa sede compostelana del Apóstol, un obispo que llame “mentes obtusas” a quienes duden de los dogmas lingüísticos que en Baleares parecen intocables. En cuanto al auge del nacionalismo identitario, en Galicia se encuentra simplemente en un estadio evolutivo anterior. Por eso Feijóo se puede permitir actuar como actúa. Aún no ha llegado al borde del abismo, que otros sienten ya bajo las uñas de los pies. Todo se andará, como anticipó Isabel Díaz Ayuso hace escasas fechas, pero queda todavía recorrido hasta alcanzar la delicada línea roja. La situación actual de Galicia podría equipararse a la de Baleares en la época de Gabriel Cañellas, con un liderazgo adaptado a la política del siglo XXI. Por ahora, a Don Alberto, como pasaba en tiempos de L’Amo en Biel, le resulta aún rentable jugar al rollo regionalista-galleguista desde una perspectiva liberal-conservadora. En unos años, con la educación y los medios en manos de quienes actualmente están, la situación será probablemente diferente.
En cuanto al PP balear, una adopción calcada del “Modelo Feijóo” resultaría la solución facilona y políticamente correcta, siendo la que más contentaría al aparato del partido, a la izquierda, al nacionalismo y a todos los que nunca le van a votar. Pero, antes de caer fascinados ante ella, los populares deberían reflexionar sobre dos cosas, que seguro les resultarán bastante más incómodas: Una, que nuestra tierra sufre un grado de catalanización (en parte, con su inestimable colaboración) que convierte en irrisorias muchas políticas que han encumbrado al líder gallego; y otra, que desde hace años se les escapan miles de votos -hacia Ciudadanos y hacia Vox- buscando un mensaje contundente que promueva un bilingüismo real, una defensa de las modalidades insulares y un encaje de nuestras islas en un proyecto constitucional español, cosas que el PP balear lleva tiempo sin saber articular, navegando en una insulsa ambigüedad. Por todo ello, amigos, copiar modelos no supone ganar elecciones. Las extrapolaciones simplonas y los experimentos importados suelen salir mejor con gaseosa.
Por Álvaro Delgado Truyols
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