Marga Prohens deberá decidir muy pronto qué quiere realmente ser como Presidenta de les Illes Balears. O una mandataria efímera que adopte un cómodo distanciamiento respecto de los principales problemas de nuestra Comunidad Autónoma -típica actitud confortable que muchos esperan de un Gobierno del PP balear- o una política valiente (recordemos sus alusiones a Isabel Díaz Ayuso) que aspire a marcar una época proponiendo a los ciudadanos baleares soluciones que puedan perdurar durante años.

Al hablar de los retos de Prohens no quiero referirme a mejorar la eficacia administrativa, generar confianza empresarial o derogar la maraña de prohibiciones de la izquierda, cuyo intervencionismo ha lastrado nuestro desarrollo económico sin generar beneficios perceptibles para el medio ambiente. Eso se da por supuesto en un Gobierno del PP.

Pero los populares no van a poder gobernar de esa manera etérea con la que pasteleaban cómodamente en el pasado: esquivando los temas conflictivos, haciendo guiños a esa izquierda catalanista que siempre se los devolvía con odio y tratando de agradar a la gente sólo por mejorar cuestiones económicas. Ha pasado ya el tiempo de intentar hacer tortillas sin romper huevos. La falta de mayoría absoluta y la presencia a su derecha de Vox, partido con el que tendrán que acordar muchas cosas para afrontar la actividad legislativa y presupuestaria, condicionarán la siempre calculada tibieza del PP en cuestiones importantes que necesitan planteamientos resolutivos.

El enorme desafío de Marga Prohens estriba en encontrar soluciones duraderas especialmente para tres materias complejas, de cuya gestión exitosa o fracasada dependerá una previsible próxima derrota o su definitiva consagración para ejercer el poder durante varias legislaturas, convirtiéndola en un referente de futuro de cara a nuestra política autonómica e incluso nacional.

El primero de esos grandes retos, que deberá debatir y consensuar con las partes afectadas, será encontrar respuestas inteligentes al desarrollo futuro de nuestro modelo turístico y a los problemas de masificación, que poco preocupaban al ciudadano balear de otras décadas, pero hoy constituyen un agobio transversal. Es preciso encontrar propuestas imaginativas (algo mucho más difícil que prohibir a destajo) para los problemas de ruidos, horarios, restricciones a la movilidad urbana y carreteras, para renovar nuestras envejecidas y mal mantenidas infraestructuras, para mejorar los taxis, el metro y el transporte público, para una armónica coexistencia de restaurantes, terrazas, ocio, vehículos y peatones, para una correcta planificación de la llegada de aviones y cruceros, y para el adecuado uso de nuestras playas y sus negocios y chiringuitos.

El segundo de los retos que Prohens deberá afrontar con mayor eficacia de la que demostró Armengol (que en ocho años no hizo nada) es buscar soluciones eficaces a la falta de vivienda asequible y al caos existente en los alojamientos turísticos y vacacionales. Deberá tratar de proporcionar y abaratar suelo para construir vivienda social, de introducir más vivienda en el mercado flexibilizando exigencias urbanísticas sin consumir nuevo territorio, y de redactar una normativa de alquileres y explotaciones turísticas ajustada que no permita ni prohíba todo y facilite ingresos complementarios -y un adecuado mantenimiento de sus fincas- a las familias, garantizando una convivencia armónica de visitantes y vecinos, además del respeto al medio ambiente.

El tercer reto fundamental, complicado por las resistencias que encontrará en su entorno, es proponer soluciones duraderas para la educación y la lengua. Enseñar el idioma de las islas debe desvincularse del habitual pack ideológico que incluye la promoción de los “països catalans” y el rechazo a España y al castellano. Aunque fastidie el rentable negocio y las ensoñaciones lúbricas de un montón de tipos fanatizados. Exigir el cumplimiento de la Constitución jamás puede entenderse como un ataque a ninguna lengua. Las lenguas son vehículos de cultura y comunicación que pertenecen a todos, y nadie debe apropiárselas como instrumento de construcción nacional.

Las amenazas de nuevas “mareas verdes” anticipan lo peliagudo de un asunto que debe afrontarse sin miedo y con sensatez. Especialmente alguien como Prohens, cuyo origen, formación y lengua materna la legitiman para buscar soluciones anheladas por la mayoría de la sociedad balear, aunque no sean las preferidas del hiperpolarizado sector educativo. Se trata de despolitizar la educación, fomentar las variedades insulares, garantizar libertad a los padres para elegir la lengua vehicular de sus hijos (asegurando el aprendizaje de ambas lenguas oficiales, con elección entre diferentes líneas educativas), y separar la enseñanza lingüística de cualquier connotación política. En cualquier caso, sorprende que se llame “fascista” a quien pide libertad y “progresista” a quien pretende imposiciones. Pero la garantía de que Baleares no se convierta en los “països catalans” no debería ser sólo Vox.

La solución de los retos anteriores supondrá otras mejoras en sanidad (vendrán más médicos), seguridad (también policías y funcionarios) y acceso a una vivienda digna para muchas personas de fuera a quienes resulta imposible trabajar en Baleares.

PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN MALLORCADIARIO.COM EL 26 DE JUNIO DE 2023.

Por Álvaro Delgado Truyols