Ahora que celebramos -el último día del año- el aniversario de la conquista cristiana de Mallorca, es buen momento para explicar los principales hitos de nuestra peculiar trayectoria histórica, para que todos podamos ver -calendario en mano- lo escasamente fundamentadas que están las ensoñaciones que algunos promueven con esta conmemoración.

Los primeros acontecimientos históricos a los que los mallorquines debemos rendir tributo proceden de la antigua Roma. El Cónsul romano Quinto Cecilio Metelo fundó la ciudad de Palma en el año 123 a.C., y el emperador bizantino Justiniano finalizó, en el año 534 d.C., la redacción del Corpus Iuris Civilis, recopilación del Derecho romano que constituyó la base del posterior Derecho de Mallorca. Por ello, los hitos iniciales que marcan la civilización de nuestra isla, en lo urbanístico y en lo jurídico, proceden de la época de la dominación romana.

Antes de la esencial presencia de los romanos, Mallorca había acogido a tartesios, íberos, celtas, fenicios, griegos y cartagineses, que establecieron diversos asentamientos y fomentaron relaciones comerciales en todo el Mediterráneo. Después, fuimos colonizados por vándalos, bizantinos y árabes, quedando bajo el control de varias dinastías musulmanas (Omeyas, Almorávides, Almohades) desde el año 903 hasta la entrada en Medina Mayurka (hoy Palma) del Rey Jaime I de Aragón, el 31 de diciembre de 1229, cuya conquista ahora conmemoramos.

El matrimonio de los Reyes Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, celebrado en al año 1469, determinó la unión dinástica de las coronas de Castilla y Aragón y el nacimiento de la España actual, que se consumó una vez conquistada Granada -último bastón de los musulmanes nazaríes- en el año 1492, y anexionada Navarra en el año 1512. Isabel y Fernando, los llamados Reyes Católicos, unificaron sus reinos, acabaron con siete siglos de guerras continuadas y transformaron un pequeño país en un gran imperio mundial. Y en ese imperio estaban incluidas Mallorca y el resto de las Islas Baleares por su pertenencia a la Corona de Aragón, que Fernando aportó a España.

Echando rápidamente las cuentas, y prescindiendo de pueblos prerrománicos, en Mallorca hemos vivido 800 años de dominación romano-bizantina, 330 años de dominio musulmán, e integrado la Corona de España durante 550 años ininterrumpidos, hablando también desde entonces el idioma castellano. Aunque, para algunos, siguiendo las románticas ensoñaciones del catalán Prat de la Riba, deberíamos formar parte de unos “païssos catalans” que jamás han existido y no han representado nada en nuestra larga historia. Aun suponiendo que Jaime I de Aragón, nacido en Montpellier (Francia), fuera un monarca “catalano-aragonés” (en realidad, según los escritos reales, era “Rey de Aragón, Conde de Barcelona y Urgel, y Señor de Montpellier”), dicha corona dominó nuestro territorio durante 240 años, de los que debemos restar 75 años de monarquía propia, los Reyes de la Casa de Mallorca (Jaime II, Sancho I y Jaime III), institución que jamás tuvo Cataluña. Nos quedamos, pues, en escasos 165 años.

Dada la esclarecedora cronología anterior, ¿por qué tenemos que ser catalanes? ¿Sólo porque aquí, y también en otros sitios, se habla una modalidad del catalán? También hablamos -durante siglos- latín, lemosín, occitano-aragonés, mozárabe y castellano, como atestiguan las obras de Ramón Llull y millones de documentos antiguos. ¿Por qué renunciar entonces a la mayor parte de nuestra historia y al resto de lenguas propias?

Viendo que la pretensión catalanista carece de raigambre histórica -y tampoco la tiene lingüística, porque tan nuestra es la lengua catalana como la castellana y las demás habladas aquí a lo largo de los siglos- la presunta anexión con Cataluña se explica únicamente por motivos políticos. Es cierto que bastantes mallorquines sólo han salido de la isla para estudiar en Barcelona, y que la ciudad ejerció sobre ellos la fascinación de toda gran urbe. También que muchos tienden a rechazar lo castellano acomplejados por dificultades expresivas, al no dominar bien esta lengua (tampoco el catalán estándar). Una demostración de esos complejos es el uso despectivo de la palabra “foraster”, que sólo se emplea aquí y en las películas del Oeste. En Madrid nadie desprecia a los forasteros, porque allí todos lo son. Resulta también evidente la cantidad de millones que Cataluña invierte en nuestra “colonización”, regando de forma continuada instituciones culturales, mediáticas y educativas.

Despreciar nuestra alma española es rechazar de forma aldeana el lujo de formar parte de una de las grandes naciones de la historia. Un imperio que, con la aportación de sabios mallorquines como Junípero Serra, descubrió América y conquistó el mundo sembrándolo de monumentos, hospitales y universidades, haciendo del mestizaje y el reconocimiento de derechos a los pueblos indígenas un valor universal. Una nación que ha aportado a la humanidad imprescindibles obras artísticas, literarias y arquitectónicas, o inventos técnicos como el sumergible y el autogiro. Un país que regaló al orbe un idioma universal que hoy emplean 560 millones de personas. Un estado que aportó a la civilización los trabajos de Francisco de Vitoria, creador de la Escuela de Salamanca, padre del Derecho internacional y de los fundamentos de la economía moral, cuyo nombre lleva la Sala del Consejo del Palacio de las Naciones en Ginebra.

En tiempos de globalización, migraciones y multiculturalismo, aquí un grupo de fanáticos inventa mitos históricos promocionando un integrismo político-lingüístico excluyente, lindante con el racismo y la xenofobia. Como esos iraníes que revientan chicas por quitarse el velo, tipos enajenados por ensoñaciones lúbricas pretenden amputarnos parte importante de nuestra identidad histórico-cultural. Aunque, por ironías del destino que suenan a justicia divina, el actual President de Cataluña se llama… Pere Aragonés i García. Una perfecta mezcla de lo que históricamente hemos sido.

 

P.D.: ¿Por qué los profesores de alemán jamás inculcan ideas nacionalsocialistas, los de inglés nunca aspiran a hacerte hooligan del Imperio británico, y los de catalán suelen venir de fábrica con su inevitable pack ideológico? ¿No podrían limitarse a enseñar la lengua? El idioma catalán es un bien cultural que debería ser patrimonio de todos, no la cerca de un excluyente cortijo en el que habita sólo el separatismo.

PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN OKBALEARES EL 29 DE DICIEMBRE DE 2022.

Por Álvaro Delgado Truyols