Pese a haber coincidido durante años en muy diferentes lugares y ocasiones -con mejor o peor fortuna- y de encontrarme habitualmente con él practicando deporte (era un gran aficionado, y a veces entrenábamos juntos), traté más estrechamente a Joan Mesquida desde hace poco más de un año y medio, cuando comenzaba su andadura Sociedad Civil Balear y yo, como Vicepresidente de la recién creada asociación, le llamé para ofrecerle incorporarse a nuestro ilusionante proyecto. Éramos personas casi de la misma edad, con numerosas afinidades familiares, personales y deportivas, ambos estrechamente vinculados al municipio de Calviá -yo como residente y hermano de un ex Alcalde, y él como alto funcionario del Ayuntamiento- a las que las circunstancias de la vida nos habían colocado (a mí por simple rebote familiar) en trincheras políticas rivales, pero que siempre nos mostramos simpatía y afabilidad. Lo que corresponde, simple y llanamente, a personas educadas.
Mi llamada le sorprendió. Seguramente no la esperaba, pero no dudó un momento en quedar conmigo al día siguiente, en el que mantuvimos una larga y agradable conversación. Aún militaba en el PSIB-PSOE, y faltaban pocos meses para que oficializase su incorporación a Ciudadanos. En el acogedor bar de un hotel del centro antiguo de Palma -dotado de una decoración un tanto british con la que nos mimetizábamos bien ambos (aunque la elección fue casual)- hablamos de lo divino y de lo humano, desde anécdotas personales hasta sobre la situación política, pasando por nuestra común preocupación por la Justicia, el constitucionalismo y la historia de España. Y luego se entretuvo bastante comentándome vivencias de sus etapas en el Gobierno central en Madrid, primero dirigiendo la Policía Nacional y la Guardia Civil, y luego el Turismo nacional, experiencias que le habían dejado una profunda huella y grandes amistades en la capital, en la que yo viví más de una década y donde ambos disfrutamos de años felices y de algunos lugares comunes.
Cuando le plantee directamente su colaboración con un proyecto de base y transversal como el de SCB, al cual queríamos incorporar miembros de esa izquierda constitucionalista que él siempre había representado, siendo como era el mejor heredero contemporáneo de la vieja tradición socialista ilustrada, antes abanderada en las islas por Félix Pons, Emilio Alonso, Ramón Aguiló e incluso Aina Calvo, me pidió un tiempo para pensarlo. No me comentó que estaba ya meditando su salida del PSOE y su incorporación a Ciudadanos, cosa que se oficializó pocos meses después, y que consideré perfectamente coherente con su trayectoria política y personal, dada la deriva que estaba tomando el socialismo nacional y, especialmente, el catalanizado socialismo insular. Desde entonces hemos mantenido contactos más esporádicos hasta el pasado mes de marzo, en el que me enteré de su enfermedad y nos intercambiamos varios mensajes cariñosos -yo tratando de animarle y él de tranquilizarme, quitando importancia al asunto- comentando exclusivamente cuestiones personales. Y así hasta esta pasada semana, en la cual todos hemos conocido el tristísimo desenlace de su prematuro fallecimiento, con 57 años. Me llevaba justo un año y cuatro días.
La muerte de Joan Mesquida, aparte de una inmensa pena personal para quienes le conocíamos y le tratamos más de cerca, deja un hueco tremendo en la política española y, especialmente, en la política balear. Joan ocupó en los últimos años, hasta su incorporación a Ciudadanos, un lugar único, meritorio e irreemplazable. Y, además, tremendamente ingrato, incomprendido y solitario. Era uno de los pocos socialistas no retirados -y en plenitud física e intelectual- que defendía con valentía y sin ambages un socialismo integrador, constitucionalista y respetuoso con la unidad de España y también con el régimen autonómico y las instituciones del 78. Siempre recordaré la lucidez y agudeza de su análisis sobre la situación actual del socialismo en las islas, y su personal opinión sobre las diferentes corrientes internas existentes en el PSIB, que pese a existir -según él- siempre permanecían ocultas al gran público, por conveniencia propia, cuando los socialistas ocupan el poder.
Pero la mayor pérdida que nos ha supuesto a todos la ausencia de Joan Mesquida no es sólo la de un político inteligente, formado, coherente y comprometido. Lo peor es la dramática perdida de un estilo. Con él se nos marcha un señorío personal y un talante político que hoy parecen de otro tiempo, y que mucho se van a echar en falta en los crispados momentos actuales. Joan era, ante todo, un socialista señor. O, mejor dicho, un señor socialista. Educado, inteligente, divertido, discreto, seductor, dotado de una gran visión de Estado, respetuoso con los rivales y portador de una mente abierta y de una mano tendida que constituyen un gran ejemplo en estos tiempos de rencores, oscuridad y trazo grueso. La política española y la política balear necesitan urgentemente de personas como él.
Y es que el arte de lo público no consiste en teatralizar a diario de forma pueril discrepancias, odios y enfrentamientos. Sino en todo lo contrario. Desde las clásicas enseñanzas de Platón y Aristóteles conocemos que el arte de la política consiste en conseguir el entendimiento, el acuerdo y el consenso -sin imposiciones- de quienes afortunadamente piensan diferente. Porque la gente sólo piensa igual en las más tristes dictaduras que nos ha brindado la historia de la humanidad. Me gustaría hoy, desde esta tribuna, reivindicar el legado, el estilo y el talante de Joan Mesquida Ferrando. Tal vez sea tarde. O actualmente no se lleve. Pero es por el bien de todos.
Por Álvaro Delgado Truyols
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