La pandemia del coronavirus está causando estragos entre la población balear, al igual que sucede con toda la población mundial. Y no sólo daños físicos, sino también secuelas psicológicas, que resultan inevitables en toda situación de miedo o confinamiento. Ante un estado de máxima preocupación sanitaria y económica, mucha gente tiene la lógica tentación de hacer justamente lo contrario de lo que nos permiten. Salir de cenas o de copas, ver a los amigos, abrazar a los seres queridos, socializar…. Y esa lucha contra las prohibiciones genera conflictos internos, malestar e incluso estados de ánimo alicaídos o depresivos. Por ello, resulta normal que un miércoles cualquiera del mes de octubre, después de una dura jornada laboral, uno (o una) tenga ganas de salir con su equipo de trabajo -con el que tan bien se lleva- a aliviar tensiones tomando algo. Nada que decir. A todos nos puede suceder. Aunque sería conveniente hacerlo respetando las normas. Sobre todo si esas normas las dictas tú.

El problema, como casi todo en la vida, es el de las comparaciones y las varas de medir. O en este caso -permítanme el sarcasmo- el de las “barras” de medir. No se puede estar todo el día fustigando a los rivales mediante una bien regada artillería mediática (eso sí, pagada con el dinero de todos) para luego saltarse sus propias normas a las primeras de cambio. Recuerden ustedes el asedio constante contra Isabel Díaz Ayuso, a la que se ha pintado como la gobernante más incompetente del mundo, cuando cinco Comunidades gobernadas por el PSOE superaban con creces todas las cifras negativas de Covid-19 de la Comunidad de Madrid, o la infame campaña contra Mariano Rajoy por haber dado un paseo alrededor de su casa durante el anterior confinamiento, como tanta gente hizo paseando perros propios, e incluso muchos ajenos. No obstante, para bastantes de nuestros convecinos, ellos merecían el castigo recibido. No tanto por la pura aplicación de las normas vigentes, que en el caso de Ayuso fueron construidas por Salvador Illa ad hoc para castigar a la Comunidad de Madrid. Sino, simplemente, por fachas. Hay una opinión común de que si te saltas las normas siendo de izquierdas eres un progresista moderno y transgresor, que busca la liberación individual frente a la opresión del sistema capitalista. Pero, si eres del otro bando, eres un fascista autoritario e impresentable. Y además, en los medios, date por jodido. De haberle sucedido esto a alguien del PP ya estarían La Sexta haciendo un programa especial y Jordi Évole entrevistando en prime time al dueño del bar.

Si las barras de los bares cierran a la 1 am, lo hacen para todos. No deberían existir diferentes barras de medir. Y si a uno (o una) le pillan, pide perdón y da una explicación razonable. O se disculpa por no tenerla. Pero no se inventa excusas increíbles. Y, sobre todo, no obliga a toda su estructura gubernamental a hacer el ridículo, ni al dueño del chiringuito a desdecirse de lo inicialmente declarado, ni a la Policía Local de Palma a amenazar a sus agentes con sanciones si filtran información sobre el escándalo, o a extraviar “involuntariamente” el acta de sanción. Cuando la filtración de información, incluso de sumarios secretos (que en España constituye un delito), ha sido el santo y seña del progresismo político y mediático en su lucha descarnada contra las supuestas corruptelas del centro-derecha. Especialmente en esta tierra. Corruptelas que, transcurridos unos años -y tras los correspondientes procedimientos judiciales- han traído un porcentaje aproximado de una condena por cada cien absoluciones. Aunque los cien absueltos resultaron achicharrados en su día por nuestros ecuánimes medios progresistas.

Predicar con el ejemplo no es el fuerte de la izquierda. Ahí está nuestro flamante Vicepresidente del Gobierno, que no ha dejado ninguno de sus viejos compromisos sin vulnerar, como recordaba humorísticamente hace poco Ricardo F. Colmenero. O su mismo Presidente, quien tuvo la pésima suerte de que los significados de “mentir como un bellaco” y de “maldita hemeroteca” los explicaron justo en una clase de su tesis doctoral a la que no pudo asistir. Como a ninguna de las demás. Y por eso, pobrecillo, la tuvo que plagiar. Él estaba en otro tema. En el empeño de ser Presidente a toda costa.

A mí me importa realmente un pito si nuestra Molt Honorable se toma una copa con su Jefe de Gabinete fuera de su horario laboral. O si se pimpla varias. Me alegro por ellos y me la trae, sinceramente, al fresco. Es más, si me hubieran invitado -cosa que no veo muy probable- las hubiera compartido encantado con ambos. Pero, cayendo la que está cayendo sobre la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos, en lo sanitario y en lo económico, era imprescindible tener el cuidado de respetar el horario. Sobre todo si ese horario de cierre de los bares lo has dictado tú. Y también la mínima decencia de que, si te pillan en pleno renuncio, no mentir y pedir disculpas. Punto pelota.

Hay algo más. Si yo fuera la Molt Honorable también hubiera pensado, por un segundo, en los demás. Porque una Presidenta no tiene que tener sensación de impunidad, sino empaque, responsabilidad y la visión humana que supone el peso de la púrpura. Y entender que el resto de sus conciudadanos, a los que su Govern machaca continuamente con el cumplimiento de las normas, puede tener las mismas flaquezas o debilidades que ella misma. Especialmente si están estresados o lo están pasando mal. No se puede reclamar todo el día a los demás esa ejemplaridad (me estoy acordando aquí de las diatribas de la izquierda radical y del separatismo contra el Rey emérito) que uno (o una) se salta cuando le peta. Por ello, hubiera sido elegante -e incluso inteligente- ser algo más humilde. Como lo sería también dejar de dar tanto por saco a quienes no son de su cuerda. Simplemente por no serlo. Si luego no le mola que le den a ella.

Por Álvaro Delgado Truyols