Uno de los comentarios habituales en las charlas de café sobre temas de actualidad es la ínfima calidad de nuestra clase política, tanto en lo referente a valores personales como a su trayectoria profesional. Cosa que contrasta con lo sucedido en otras épocas, en las que la dedicación a los asuntos públicos representaba el colofón a una exitosa carrera, culminando muchas personas respetables largos años de trabajo con una dedicación honrosa al servicio de todos los ciudadanos.
Autor: Álvaro Delgado Truyols Página 19 de 32
Muy cerca de mi oficina, en unas obras que inició sorpresivamente hace unas semanas el perezoso Ayuntamiento de Palma -sin avisar previamente a vecinos ni a comerciantes-, se ha cortado el tráfico en varias calles con unas barreras metálicas sobre las que reza textualmente: “Reactivam l’economia. Aquestes obres generen 8 llocs de feina”. El anuncio de color blanco que contiene dicho texto está también decorado con los logotipos del Ayuntamiento, de Emaya -la empresa municipal de aguas y alcantarillado-, y de la sociedad concesionaria de las obras.
En el culebrón de sentimientos desatados que constituye la política actual, encontrar un deleitoso oasis en el que prevalece la razón supone un alivio indescriptible. Y cuando, frente a propagandistas esclavos de la estrategia y ayunos de convicciones, alguien defiende abiertamente las ideas, la coherencia y la ilustración, muchas personas medianamente formadas experimentamos una intensa emoción. A la legión de descreídos de la política que nuestro mejorable sistema de partidos ha ido alumbrando en los últimos tiempos ese oasis nos devuelve a la vida, con independencia de matices, afinidades personales y la concreta posición ideológica que cada uno guste de ocupar.
Ahora que Rajoy y Feijoó han puesto de moda la “política para adultos”, les acompaño unas reflexiones también concebidas para adultos. Soy plenamente consciente de que cualquier tema complejo jamás puede entenderse con explicaciones simples. Y también de que la propaganda desorejada se esfuerza por deformarnos el parabrisas a través del cual contemplamos los acontecimientos del mundo.
Oriol Junqueras comparó recientemente la invasión de Ucrania con la opresión que vive Cataluña, mientras miles de civiles ucranianos morían aplastados bajo los implacables bombardeos rusos. Aunque, por mucho que fuerce sus símiles el locuaz político independentista, todos nos damos cuenta de la diferencia entre la política y la comedia. Admirando en estos días cómo un antiguo cómico televisivo se convertía en héroe ante los tanques del amable Putin, recordamos con bochorno a un político transmutado en cómico huyendo a Bélgica en el maletero de un coche ante la amenaza del terminator Rajoy. Su tan dispar actuación ante opuestas situaciones de riesgo nos proporciona la exacta medida del carácter de cada líder y de la seriedad de sus respectivas causas.
Hola! ¿Pedro? Soy Francina, la de Les Illes. Pero con “s”, como decimos por aquí, y no con “c” como me llamáis por Madrit. Fran-si-na. Cuánto tiempo!
Toda organización humana necesita personas que den la cara y otras que trabajen discretamente en la sombra. Unas que enluzcan la fachada y otras que se encarguen de la fontanería. La vida está trufada de zares elegantemente vestidos respaldados por barbudos rasputines ocultos en la antecámara, ambos desempeñando papeles imprescindibles y complementarios.
Una de las especialidades del menguante Pedro Sánchez, aparte de mentir más que el bueno de Pinocho, es recetar a los demás lo que tienen que hacer. El tipo se cree el árbitro de los pactos y el guardián de nuestra democracia. Cosa que estamos comprobando tras las elecciones que perdió en Castilla y León. Porque, aunque últimamente sólo oigan hablar de Vox, el PSOE ha perdido en la Comunidad más grande de Europa 7 Procuradores en Cortes y la friolera de 118.000 votos respecto a las autonómicas de hace tres años.
Cuando yo era un crío, para elegir a los jugadores de los dos equipos que íbamos a pelotear en el patio del colegio nombrábamos a dos capitanes. Generalmente, a los dos mejores jugadores reconocidos por todos, ya que entonces el talento se admiraba con naturalidad. Y éstos iban eligiendo alternativamente en el grupo de amigos a los integrantes de los equipos que ese día nos íbamos a enfrentar. Tras un sorteo para comenzar, entre los que dejaba uno elegía el otro. Y viceversa, de forma que la calidad se iba agotando y nadie quería ser seleccionado de los últimos. Cosa que solía suceder con los menos hábiles, a los que se designaba para ocupar las porterías.
Cuando George Orwell escribió -en los años 40- su novela “1984” resultó ser un absoluto profeta. Su experiencia en la Guerra Civil española, contemplando el desbarajuste existente entre las facciones revolucionarias de izquierdas en Cataluña, le permitió conocer las ingentes mentiras que las partes de un conflicto suelen poner en circulación. Y creó una maravilla literaria, hasta tal punto que la gente habla ya de una “sociedad orwelliana” para definir aquella en la que se manipula la información y se practica la vigilancia masiva unida a la represión política y social.