En su novela “Espía accidental”, el diplomático mallorquín Jorge Dezcallar, antiguo director del Centro Nacional de Inteligencia, describe la historia de un personaje nacido en Damasco que, tras pasar unos años enrolado en la Legión Extranjera, vuelve a Siria para trabajar con los servicios de inteligencia españoles. Lo que le sucede a partir de ahí demuestra el tremendo embrollo en que se han convertido las relaciones internacionales, y el duro precio que cualquiera tiene que pagar por ejercer tan arriesgada profesión.

Los nacionalismos identitarios alimentan a su abigarrado público con dos tipos diferentes de combustible: por un lado, con el enardecimiento continuado de los sentimientos de sus fanatizados seguidores, a quienes se estimulan las emociones y se les nubla todo tipo de razonamiento; y, por otro, con una recurrente apelación al victimismo, que hace concentrar todas las miradas en la opresión de un enemigo exterior antes que en el despilfarro, la ineficacia y las corruptelas de sus propios gobernantes. Se trata de un sistema propagandístico más antiguo que el hilo de coser, que todos utilizan de manera parecida.

Cuando el nacionalismo catalán se encuentra viviendo horas bajas, al deshincharse de forma clamorosa el subidón del procés, sus promotores precisan, periódicamente, alimentar ese victimismo. Como ha resumido Iñaki Ellacuría, tres presunciones no constatadas han servido en estos días al independentismo para recuperar su unidad de acción: que la trama del procés que organizó el 1-O sufrió un espionaje masivo, que el control de sus teléfonos lo realizó la inteligencia española través del programa israelí Pegasus, y que dicha operación no respetó la legalidad vigente. Con eso han construido el llamado caso “CatalanGate”, o también “Pegasus”, con el que pretenden generar una nueva polémica que les proporcione réditos en el ámbito internacional, pues saben que en la esfera del reconocimiento exterior se jugará el decisivo partido que puede desembocar en el nacimiento de la República catalana. También el Tribunal de Justicia de la Unión Europea está a punto de decidir sobre la inmunidad de Carles Puigdemont, tema que podría romper el Govern de la Generalitat y causar un adelanto electoral.

Nadie repara en el sinsentido de reprochar a unos servicios de inteligencia que hagan acopio de información, que para eso están, especialmente cuando resulta notorio que los gobernantes de una Comunidad Autónoma pretenden romper la unidad nacional. Y aún llama más la atención que quienes han montado a lo largo del mundo -con dinero de todos los españoles- una red de “embajadas” cuya principal misión es desprestigiar al Estado español se quejen, de una forma tan amarga, de que éste se defienda. Para que lo entiendan ustedes bien, vienen a decir que ellos pueden vulnerar todas las leyes -y malversar todo el dinero- para marcharse de España, pero los españoles no podemos tratar de impedirlo.

Pero resulta que esta polémica del supuesto espionaje ilegal parece haber sido largamente precocinada. Todo parte de un artículo publicado el 18 de abril de 2022 en The New Yorker por el joven Ronan Farrow (admirador confeso de Puigdemont, e hijo de Woody Allen y Mia Farrow, al que el primero acusó de abusar de su hermana), basado en un estudio de la Universidad de Toronto y el observatorio sociológico The Citizen Lab que parece haber sido preparado, desde hace más de cuatro meses, por Òmnium y ANC, los brazos civiles del procés independentista catalán.

Consta que esas dos entidades soberanistas registraron, el pasado 10 de enero de 2022 (tres meses antes del artículo), el portal de internet catalangate.cat, y anticiparon con ello el título que iba a utilizar la Universidad de Toronto para denominar su investigación y ser recogida por The New Yorker. Además, Òmnium ya tenía editado y listo un vídeo de denuncia, bajo el título “Destapemos el CatalanGate”, para ser publicado simultáneamente con el artículo de Farrow. Todo ello no parece resultar algo casual.

El Gobierno de Pedro Sánchez se ha mostrado, en este asunto, a verlas venir. Su dependencia de los partidos independentistas le hace entrar en pánico ante las sobreactuadas acusaciones de haber mandado a los 007 del CNI a husmear al Mercat de la Boquería. Salvo la decente Margarita Robles, que ha salido a defender la actuación de sus subordinados, los demás consienten ser humillados por esta campaña de propaganda montada por las hordas independentistas, e incluso pretenden meterles en la Comisión de Secretos Oficiales. Nadie parece acordarse de que los mismos que ahora lagrimean sustrajeron información oficial para crear el censo ilegal del referéndum de 2017, y de que en agosto de 2018 bloquearon una comisión de investigación parlamentaria sobre el espionaje de los Mossos a políticos constitucionalistas.

En resumen, aquí sólo se denuncia a 007 si resulta que viene de Madrit. Si quienes espían son Mortadelo y Filemón del Maresme es que están ”fent país”.

PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN MALLORCADIARIO.COM EL 02 DE MAYO DE 2022.

Por Álvaro Delgado Truyols