Muy a pesar de lo que nos conviene de verdad, egos y personalismos están acabando -a pasos agigantados- con la política gestión. Cosa que suele suceder cuando la gente competente abandona masivamente el desempeño de los asuntos públicos. En una época dominada por los gurús de la comunicación, la política espectáculo y la propaganda desorejada, la última en subirse al carro del estrellato mediático ha sido la Vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz. Una mujer desenfadada que se declara abiertamente comunista -sin importarle el exitazo arrollador de esa doctrina hasta la caída del muro de Berlín- pero que, en los últimos tiempos, se promociona como una estrella del rock.

En el complejo tablero de ajedrez de la política nacional se están empezando a mover fichas. La aprobación de los nuevos presupuestos para 2022 garantiza al Gobierno de coalición, presidido por Pedro Sánchez, acabar más o menos cómodo la legislatura, ya que -de ser necesario- podría prorrogarlos para el año siguiente. Y, por ello, sus principales actores están comenzando a marcar paquete. Desaparecido de la primera línea su sobrevalorado mentor, el presunto genio Pablo Iglesias, la risueña Yolanda Díaz ha sido la primera en desplegar sus plumas de pavo real. Buscando una notoriedad social y un espacio público que la diferencie para consolidar -con tiempo suficiente- una plataforma sólida de promoción política y personal.

El problema de todas estas maniobras, y de muchas otras cosas en la vida, es la gente que tiene memoria. Si recordamos los primeros balbuceos de nuestra Yoli como Ministra de Trabajo, cuando de ninguna forma supo explicar ante las cámaras de televisión lo que era un ERTE al inicio de la pandemia, nos quedamos anodadados ante su actual campaña de propaganda mediática. Y ante el baboseo vergonzoso de buena parte de nuestros medios de comunicación, cuyo bajísimo listón ético con una doctrina criminal como la comunista (recuerden que el Parlamento Europeo, en su Resolución de 19 de septiembre de 2019 -2019/2819 RSP- sobre la importancia de la Memoria Histórica Europea para el futuro de Europa, equipara y condena al nazismo y al comunismo como “dos regímenes totalitarios que compartían el objetivo de conquistar el mundo y pretendieron repartirse Europa en dos zonas de influencia”) resulta hoy inexplicable vistos sus habituales asquitos hacia Vox.

Como hará Pedro Sánchez dentro de escasos meses, cuando esconda su cara más radical y se las comience a dar de centrista para tratar de ganar las próximas elecciones, Yolanda ha corrido al armario y ha elegido la primera su disfraz. Ella quiere ser estrella. Y para ello acude cada mañana a la peluquería más cara de Madrid, como saben ustedes que es costumbre habitual de las más conspicuas integrantes del mundo obrero. Yoli se ha echado descaradamente al monte, y quiere captar para su nueva plataforma política todo lo que sabe que quedará -tras el previsible desplazamiento táctico de Sánchez– a la izquierda del PSOE.

Y lo primero que se le ha ocurrido es sacudir a su actual jefe en todos los morros, con el cuento de que ella advirtió de la peligrosidad del Covid-19 a finales de febrero de 2020, elaborando incluso en su Ministerio un manual para su prevención, que fue desestimado por sus compañeros de Gobierno para salvar las manifestaciones feministas del 8-M. Declaración que ha formulado alegremente sin hacer caso a la implacable hemeroteca (sus manifestaciones de entonces, con el pelo castaño y muy diferente de la melena rubia actual, la desmienten totalmente), y sin pensar demasiado en las consecuencias funestas que su confesión puede suponer, pues está acusando al Gabinete -del cual sigue siendo Vicepresidenta- de dejadez y pasividad ante la pandemia. Lo que incluso podría tener -en un país con una Fiscal General seria, que no fuera marioneta de Sánchez y la novia de Baltasar Garzón– hasta complicadas consecuencias penales.

Ya ven ustedes como la Yoli ha querido marcarse un triple ante todos los españoles sin percatarse -es una mujer ambiciosa pero no parece la más lista de la clase- de que lo que debería haber hecho entonces una gobernante responsable, que aspira en el futuro a algo más que a la Vicepresidencia, era denunciar la situación y dimitir. Cosa que, evidentemente, no hizo. Porque, por si ustedes no lo recuerdan, los buenos comunistas nunca dimiten. Para que se larguen hay que echarles.

El gran problema de Yolanda Díaz es que esa fulgurante llegada al estrellato está comenzando a suscitar los celos de sus hasta ahora compañeros de viaje. Desde Pablo Iglesias hasta Pedro Sánchez, pasando por las desconcertadas matronas de Podemos (Irene Montero, Ione Belarra y Lilith Verstrynge, las Ángeles de Charlie del conspirador Macho Alfa). De Iglesias, porque -en su maquiavélica simpleza- comienza a vislumbrar como alguien a quien él mismo eligió lo está haciendo bastante mejor desde un punto de vista promocional y popular (tampoco era muy difícil). De las chicas, porque no pueden soportar que una que no está ni afiliada al partido -y que fue colocada a dedo por su pareja y jefe- les coma de esta forma la tostada, las portadas e incluso el poder. Y de Sánchez, porque su instinto depredador le advierte de un importante peligro que le nace por el flanco izquierdo -con bastante más empatía que él- para poder repetir como Presidente.

Cuando en breve se baje el soufflé, veremos qué pasa con Yoli. Si el monte al que se ha lanzado se le pone cuesta arriba, o si se consolida como una figura emergente de la política nacional. A ver cómo reacciona la opinión pública, porque los medios y los pelotas de las reuniones sociales la tratan como a una estrella. Basta ver cómo fue recibida en su reciente visita a Baleares. El llamativo baboseo ante el personaje -tampoco estamos hablando de Churchill o Kennedy– resulta inusualmente exagerado. Lo más gracioso que he oído ha sido el mote de Jiménez Losantos. Recordando su actual pose de diva y su afinidad ideológica con Dolores Ibárruri, la llama “La Fashionaria”. Sencillamente genial.

PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN MALLORCADIARIO.COM EL 6 DE DICIEMBRE DE 2021.

Por Álvaro Delgado Truyols