Desde los tiempos de Rodríguez Zapatero, cierta izquierda española ha intentado polarizar al máximo nuestra sociedad, resucitando el guerracivilismo, la llamada “memoria histórica” y el viejo enfrentamiento entre rojos y azules que los años de la Transición habían pacificado. Recordemos la entrevista que hizo en 2008 Iñaki Gabilondo al ex Presidente socialista en la cadena Cuatro, donde ZP le reconoció abiertamente -en un off the record recogido por los micrófonos que permanecían accidentalmente abiertos al final de la conversación televisada- que “a nosotros nos conviene que haya tensión”. Esa infame demostración de egoísmo político e inconsciencia social responde a la permanente necesidad del socialismo de detentar el poder el mayor tiempo posible, por su histórica obsesión antidemocrática de apartar a los demás del acceso al Gobierno, y para así regar con dinero público sus enormes estructuras clientelares (37 años de régimen en Andalucía), cosa que se les puso difícil tras aceptar la mayoría de sus rivales el estado del bienestar y otros postulados de la clásica doctrina socialdemócrata.
Los actuales gobernantes socialistas nos demuestran día tras día que se la trae al fresco que se acreciente el odio entre españoles mientras ellos mantengan el poder. También el PSOE de Largo Caballero había participado enormemente en la radicalización del Frente Popular en la época de la Segunda República, contribuyendo a crear el ambiente violento -especialmente tras el pucherazo de las elecciones de febrero de 1936- que dio lugar a la Guerra Civil española. Recuerden ustedes que los guardaespaldas de otro líder del PSOE, Indalecio Prieto, asesinaron el 13 de julio de 1936 a sangre fría a uno de los jefes de la oposición parlamentaria, José Calvo Sotelo, sacándole de su casa ante su mujer y sus hijas a altas horas de la madrugada, y pegándole dos tiros en la nuca en una furgoneta policial que circulaba por la calle Velázquez de Madrid. A esa actitud frentista, que resulta profundamente inmoral y difícilmente presentable ante la opinión pública, el socialismo actual ha unido otra pirueta sorprendente, que pocas reacciones ha causado en su parroquia habitual: el tránsito de una izquierda social, preocupada por la lucha contra las desigualdades, a una izquierda identitaria, defensora de todas las desigualdades posibles.
Todo ello ha tenido que contrarrestarse con un argumento feliz, que ha servido siempre a la izquierda de antídoto universal: la autoatribuida superioridad moral de su ideología frente a las demás, abusando especialmente de la ya viejuna coartada de la lucha antifranquista. Y, con gran facilidad, logran fascinar a mucha gente de una forma difícilmente explicable, mediante el uso de un revanchismo oportunista que eclipsa una auténtica reflexión crítica, la cual anestesian con mensajes edulcorados dirigidos a simpatizantes fanatizados que demuestran escasas luces e inquietudes muy viscerales. Porque luego vienen los números -tan tozudos ellos- y demuestran, como acaba de publicar el Instituto Fraser de Canadá (según datos del Banco Mundial), que los regímenes socialistas y estatistas presentan 19 veces más pobreza extrema, un 41% menos de igualdad hombre-mujer y unos pobres ocho veces más pobres que los de las economías capitalistas.
Resulta indiscutible que la izquierda política y mediática vende al gran público un eficaz discurso que le permite vivir en una adolescencia mental perpetua, y que hace creer dos cosas con notable habilidad. Una, que siendo de los suyos eres mejor persona, más comprometida y más respetable que la gente de derechas, aunque en tu vida diaria te comportes habitualmente como un sinvergüenza, un corrupto o un malnacido. Y otra, que proclamándote de izquierdas no necesitas esforzarte en argumentar tus ideas porque, aunque no sean muchas ni muy coherentes, son reconocidas como directamente superiores a las de tus rivales. Por ello tienen la costumbre de llamar siempre extremistas a los demás. Si uno repasa los discursos de los mandamases izquierdistas de hoy en día, la oposición es siempre de “ultraderecha”.
Con esa mente tan maniquea que siempre les caracteriza, nunca resultan capaces de distinguir el liberalismo del conservadurismo, de la democracia cristiana, del carlismo, del regionalismo o del verdadero fascismo. Ese que linda puerta con puerta con la ideología que muchos practican desde posiciones de ultraizquierda. Recordemos que el comunismo es la ideología más criminal en la historia de la humanidad, cosechando más de cien millones de muertos en la URSS, China, Camboya, Vietnam, Corea, Laos, Cuba, Venezuela y otros paraísos similares, y dejando en mantillas a monstruos universalmente demonizados como Adolf Hitler.
Ahora, intuyendo el gurú Iván Redondo -un tipo al que todos pagamos un sueldo de estrella para que camufle las carencias de Pedro Sánchez– que la incompetencia de su jefe va a cantar demasiado viendo la catástrofe sanitaria y económica que se nos avecina, se ha extraído de la chistera la aprobación de la nueva “Ley de memoria democrática”. Y ha sacado al terreno de juego a Carmen Calvo, alguien que demuestra cada vez que habla que cualquier ser vivo puede ser hoy Vicepresidente del Gobierno de España, a reescribirnos a todos los españoles la historia más triste de nuestro país. Incluso la de su pueblo, Cabra, en Córdoba, que fue bombardeado de forma inmisericorde el 7 de noviembre de 1938 por la aviación republicana, causando más muertos inocentes entre la población civil que el mucho más publicitado bombardeo de Guernica, efectuado por el bando nacional.
Todo ello no es más que una cortina de humo de publicista barato -ideada y ejecutada por uno que nos sale tremendamente caro- con el objetivo de tenernos entretenidos discutiendo sobre el sexo de los ángeles, mientras que el inútil sin escrúpulos que tenemos al mando demuestra día tras día su incapacidad para gestionar ni siquiera un bar de pueblo. Por ello no debemos atender ese señuelo con demasiada preocupación. Su objetivo es otro. El agudo tuitero Rimbaud publicó hace poco que “La izquierda vive de reavivar los odios pasados porque son incapaces de gestionar el presente y porque no tienen plan de futuro. Es una ideología vacía que necesita nutrirse de generar conflicto. Es pura supervivencia”. Poco podemos añadir.
Por Álvaro Delgado Truyols
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