Me descubro ante la mágica capacidad del socialismo para que dos golfos iletrados con menos luces que un barco pirata acaben siendo Ministro de Transportes y Consejero de Renfe en el Gobierno de España. Nadie podría superar este alarde desbordante de lucha de clases y superioridad moral. Ninguna otra ideología inventada en el mundo tiene esa habilidad taumatúrgica para combinar trajes de Armani con palillos en la boca, o transformar los músculos en neuronas, los panes en peces o el agua en vino. Ese que Ábalos y Koldo desparramaban de juerga en juerga pagando con billetes de 500 euros que el segundo sacaba de su mochila.

Uno de los lemas del Gobierno de Sánchez más usado durante la pandemia, transcrito de los eslóganes de la Agenda 2030, fue “que no quede nadie atrás”. Y a ello se dedicaron algunos con un esmero encomiable. Un ex portero de puticlub con varias condenas previas y nula experiencia sanitaria (tal vez había llamado a alguna ambulancia para atender los mamporros que él mismo dispensaba) consiguió contratos gubernamentales para comprar mascarillas por más de 50 millones de euros. Todo un ejemplo incontestable de modélico ascensor social.

Sin perjuicio de respetar para los investigados la presunción de inocencia, esa que el rojerío desconoce que rige para todos los españoles desde el artículo 24 de nuestra Constitución, la detención de parte de los implicados tras más de siete meses de investigación permite aventurar las hazañas del sorprendente cabecilla. Esas que su ilustre jefe, desde cuya casa del Ministerio negociaba los millonarios contratos que sugerentes llamadas de Ábalos imponían luego a otras Administraciones públicas, dice ahora sorprenderle y desconocer.

Cuando la izquierda acusa al Partido Popular de ser el partido de la corrupción -argumento nuclear de la victoriosa moción de censura promovida por Pedro Sánchez contra Mariano Rajoy en junio de 2018- no deja de manejar poderosas razones intelectuales. Porque, aplicando el mismo argumentario que hoy distingue para los sucesos de Cataluña entre un terrorismo “malo” y un terrorismo “bueno”, también tiene necesariamente que existir una corrupción “mala” y una corrupción “buena”. Y la del PP es siempre corrupción “mala” por innecesaria, superflua y vulgar. Roban cantidades modestas tipos con bigotes engominados y fachalecos de marca que, además, eran ya ricos antes. Una horterada de manual, digna de las peores condenas penales.

En cambio, la corrupción socialista es una corrupción “buena” porque cumple obstinadamente una urgente función social. Aparte de manejar como en los ERE cantidades muchísimo más abultadas -será el llamado “Estado del bienestar”-, se focaliza en reflotar sectores deprimidos como el de los mariscadores del Guadalquivir, los asadores de carretera o las casas de lenocinio de Andalucía, Madrid o Canarias, que de otro modo necesitarían subsidios públicos perentorios.

La torrentiana imagen del escudero Koldo García repartiendo “bin ladens” sacados de su mochila representa el vivo retrato del moderno Robin Hood progresista. Robando a Administraciones tontas para repartir entre socialistas listos. Pronto sabremos si llegaron hasta el silencioso entorno de Armengol.

PUBLICADO EN MALLORCADIARIO.COM EL 26 DE FEBRERO DE 2024.

Por Álvaro Delgado Truyols