Como hombre de leyes, he sentido durante años una sincera simpatía hacia al buen Magistrado que fue Fernando Grande-Marlaska. Un reconocido profesional de la Judicatura, curtido en la Audiencia Provincial de Vizcaya y luego en la Audiencia Nacional, al que correspondió la instrucción de sumarios muy delicados que le pusieron incluso en el punto de mira de la banda terrorista ETA. Su etapa judicial la desempeñó con eficacia, dignidad y discreción, grandes virtudes para un buen jurista (aunque algunos -que no son grandes- hagan continuo alarde de lo contrario). Por ello, me causa una especial desazón ver cómo está dilapidando en un breve plazo de tiempo -y exhibiendo además torpeza, ambición y una inaudita falta de carácter, oscilante entre lo histérico y lo autoritario- todo el prestigio profesional que había acumulado durante sus largos años en la carrera judicial.
Creo sinceramente que Marlaska malvive en el Ministerio del Interior muy presionado por su jefe Pedro Sánchez. O por Sánchez e Iglesias, que en el fondo son dos yonkies del poder cortados por el mismo patrón. Da la impresión de que esos dos sujetos tan carentes de escrúpulos, que ya le colocaron una Directora General ajena al Instituto Armado con esa especial intención, le achacan continuamente no saber controlar a la Guardia Civil. Cosa que necesitan urgentemente para poder culminar su control absoluto del Estado y el blindaje judicial y mediático que precisa su incompetente Gobierno. Y él, contrariando su propia naturaleza -tratando de sumar méritos ante a los dueños de su sillón- no para de cometer un despropósito tras otro en la gestión de los mandos que tiene a su cargo. Porque peor no lo puede hacer, demostrando ser un completo amateur de la doblez, la mentira y la manipulación política.
Lo que sus jefes hacen sin despeinarse a él le genera un incendio permanente en su departamento ministerial, exhibiendo además -en el puesto de mando- despotismo, gesto descompuesto y mentiras compulsivas. Y así le retrató Jorge Bustos tras su comparecencia parlamentaria siguiente al esperpéntico cese del Coronel Pérez de los Cobos, en la que fue vapuleado de forma inmisericorde por los partidos de la oposición: “Nunca nadie mintió tanto, ni se defendió tan mal, ni dio tanta pena por comparación con la imagen de juez íntegro que le devolvía el espejo antes de venderse a un aventurero sin honor por unos años de cartera”. Para rematar, tras desencadenarse en el Ministerio una cadena de dimisiones de compañeros del destituido, culminó su terrible recha de despropósitos con la absurda justificación de que estaba haciendo “una redefinición de equipos”. Luego Sánchez, viéndole contra las cuerdas, salió a su rescate diciendo que estaba limpiando el Ministerio del Interior de la “policía patriótica” que había montado el PP. Cuando todo el mundo conoce los turbios manejos -en tiempos de Zapatero– de Baltasar Garzón, Lola Delgado y el famoso comisario Villarejo, y sus maniobras en las cloacas del Estado. Otra cortina de humo del Dr. Pinocho para tapar sus reiterados escándalos totalitarios.
Eso es, precisamente, lo que más llama la atención en la actuación de Grande-Marlaska. Su nula preocupación por dilapidar un prestigio profesional labrado en años de duro trabajo y dedicación por un incierto periodo de cartera ministerial junto a compañías poco recomendables. Y, para más inri, apoyado por los escaños de Bildu (Marlaska encarceló hace años a Arnaldo Otegui, y tuvo que abandonar su Euskadi natal ante las amenazas de ETA). Porque yo amigos -con toda confianza- si me llamase un tahúr como Sánchez ofreciéndome ser Ministro de lo que fuere le diría, con el mayor de los respetos, que antes prefiero ser la estanquera de Vallecas. Especialmente ahora que el Marqués de Galapagar ya ha dejado de habitar el barrio, y podríamos vivir todos bastante más tranquilos. Qué cosas tendrá el poder que hace perder la cabeza de forma sorprendente a profesionales de trayectoria acreditada.
Y la cuestión del prestigio no es la peor, ya que la situación para el actual Ministro del Interior apunta a algo más grave. Su desconcertante actuación en la destitución del Coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos, tras cumplir éste con su deber y no revelar a sus superiores informaciones sobre investigaciones secretas que estaban realizando sus subordinados en funciones de policía judicial, puede acarrear para el Ministro imputaciones por tres graves delitos: prevaricación, revelación de secretos y obstrucción a la Justicia. ¿Alguien da más para un Juez en excedencia? Cuando, además, siendo Magistrado de la Audiencia Nacional, había defendido con uñas y dientes la confidencialidad de las investigaciones del “caso Faisán” frente a las intromisiones del Gobierno de Zapatero, en un caso muy parecido al actual. Todo ello tendrá la consecuencia añadida de que, en una muestra más de su infinita torpeza, de su ambición sin límites (primero se había acercado al PP, que le promocionó a la Audiencia Nacional y al CGPJ, aunque la desconfianza de Rajoy y de Lesmes le impidieron llegar más arriba) y de su temerario deslumbramiento por ofertas y personajes poco recomendables, ha convertido en imposible una hipotética vuelta futura a la carrera judicial. ¿Qué justiciable no recusaría sistemáticamente a un Juez que miente como un bellaco y que ha destituido a un servidor público por no comunicarle investigaciones secretas que no podía revelar por orden judicial?
Plutarco contaba en su inmortal obra “Vidas paralelas” como el prestigioso cónsul e historiador romano Catón el Viejo finalizaba siempre sus discursos en el Senado de Roma, en la época de la última Guerra Púnica, con la coletilla “Carthago delenda est”, aludiendo a que el principal enemigo de la República debía ser destruido. Tomando hoy prestada esa inmortal locución latina, que ha llegado a nuestros días como símbolo de las advertencias de un ciudadano intachable ante los peores peligros que acechaban a su patria, hoy podríamos decir “Marlaska delenda est”. Con la enorme diferencia de que éste, a diferencia de Cartago, se ha destruido a sí mismo. Ya no es Grande Marlaska. El poder le ha empequeñecido.
Por Álvaro Delgado Truyols
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