Si alguno albergaba dudas sobre lo que realmente significa tener a Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, seguro que las aclaró tras la masterclass del pasado martes, en el “debate” que sostuvo en el Senado con Alberto Núñez Feijóo bajo la excusa de la crisis energética.

No voy a comentarles aquí el contenido del propio debate, cuyas particularidades ya han podido conocer tras la avalancha informativa de estos últimos días. Me interesa más detenerme en analizar no lo que allí se dijo -bastante efímero y prescindible, como casi todas las ventas de humo que constituyen el santo y seña del sanchismo- sino lo que semejante representación teatral dejó traslucir en cuanto a las intenciones, los modos y el talante de los dos principales aspirantes a dirigir el futuro de España.

En su memorable película “Django desencadenado”, Quentin Tarantino nos narra la historia de un antiguo esclavo negro que une sus fuerzas con un cazarrecompensas alemán para liberar a la esposa del primero, caída en las manos de una glamourosa red de traficantes de esclavos del profundo sur norteamericano. Llegados a la imponente mansión de uno de los cabecillas, la ola de violencia que desatan los dos protagonistas para obtener sus propósitos es de las que hacen época, envuelta en una música espectacular marca de la casa. Algo similar a lo que está dispuesto a realizar nuestro galán de La Moncloa ante la avalancha de encuestas que le colocan -dentro de un año- de patitas en la calle.

La escenografía y las condiciones del presunto “debate” ya nos dicen mucho sobre nuestro Django presidencial. Se celebró en el Senado (única cámara donde es posible, ya que Feijóo no es diputado sino senador autonómico, desde su dimisión como presidente de Galicia), dirigido por Ander Gil -un presidente del PSOE- con tiempo ilimitado para Pedro Sánchez y con minutos tasados para el jefe de la oposición. El resultado es que Sánchez habló dos horas y cuarto y Alberto Núñez Feijóo veinticinco minutos, con un control minucioso de su limitado tiempo por el acongojado presidente del Senado, no fuera que le cortaran la cabeza el día después. Así es como le gusta jugar sus partidos al tramposo patológico que nos gobierna.

Pero la jugada le salió fatal. Con independencia del fracaso -alfombrado por Macron– de su previo acercamiento a las políticas energéticas de Alemania (con las que pensaba presentarse en el debate como un exitoso líder internacional) y también de lo insulso de sus propuestas (tampoco esperábamos milagros, ya que lo del paro de las empleadas de hogar era obligado por Bruselas), los españoles pudimos asistir a una impúdica exhibición de todas las “virtudes” de nuestro líder: chulería, despotismo, desprecio permanente a sus rivales políticos, nerviosismo creciente, rechazo sistemático a toda oferta de pacto, e incapacidad para sostener un discurso en tono presidencial. Sánchez actuó en todo momento como un enfurecido líder de la oposición, tal como vino a corroborar el titular de El País del día siguiente: “Sánchez lanza sobre Feijóo una enmienda a la totalidad”. Con la mejor de sus intenciones laudatorias, no se le puede delatar mejor ni ayudarle menos.

El grueso de la intervención del presidente del Gobierno se centró en insultar a todo el mundo, culpándoles de su delicada situación. Aparte del jefe de la oposición, allí recibieron su dosis los periodistas, las empresas, los jueces, los dirigentes del IBEX, las compañías eléctricas y todo ese contubernio indefinido de “poderes ocultos” que “conspiran” contra él, porque pretenden hacer uso de ciertos “derechos innatos” a ocupar el poder, que su noble persona ha venido a perturbar. Aunque parezca delirante, ese constituyó el meollo de su discurso. En resumen, Pedro desencadenado.

Por su parte Feijóo, a quien en el fondo favoreció lo limitado de su tiempo, salió indemne de los desaforados insultos de Sánchez, apareciendo ante los españoles como un líder maduro y no como un jovenzuelo cabreado, sensación que transmitió sin cesar el usuario del Falcon. El gallego -en su línea habitual- hizo propuestas (incluso de apoyo parlamentario al actual Gobierno si prescindía de sus actuales socios extremistas), no se descompuso en ningún momento, no subió el tono ni entró al trapo de los insultos, y dejó que Sánchez se retratara sólo. Hasta en algún instante pareció mirar al presidente con visible cara de pena, pensando en los duros tiempos que nos esperan a los españoles estando en semejantes manos. La sensación fue la de un adulto manteniendo la compostura ante el vehemente ataque de cuernos de un adolescente con acné.

Qué largo se nos va a hacer a todos el próximo 2023. Por las penurias que nos esperan y el declive terminal de quien nos dirige, que ya no puede disimular su desesperación infantil. Pedro desencadenado va a ser insoportable y nos va a salir muy caro.

PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN MALLORCADIARIO.COM EL 12 DE SEPTIEMBRE DE 2022.

Por Álvaro Delgado Truyols