Los indultos a los secesionistas catalanes han generado ya excesivos comentarios. A favor y en contra, en una amplia horquilla que discurre desde la virulencia irracional a la complacencia empalagosa, a medida que el declarante se aproxima al maná emanado de las generosas ubres del Gobierno central o la Generalitat. Pocos han sido capaces de realizar un análisis riguroso, no sólo de las implicaciones políticas y legales del asunto en sí, sino de lo delicado que resulta quebrar de esta manera un Estado de Derecho, poniendo a los Tribunales españoles en solfa ante la opinión pública internacional.

Eso no va a ser el objeto de este comentario, pues ya traté tales cuestiones en una entrega anterior titulada “Pilato indultando a Barrabás”. Hoy pretendo analizar ciertas curiosas reacciones de variados personajes públicos, cuyo compromiso político y cercanía a las tesis de la izquierda no parecen permitirles analizar algunos acontecimientos con la necesaria ecuanimidad.

En esta compleja materia, entremezclando aspectos sentimentales, han proliferado manifestaciones públicas cercanas al “síndrome de Estocolmo”. Recuerden que se llama así a un estado psicológico en el que la víctima de un secuestro desarrolla complicidad emocional con su secuestrador, hasta el punto de ayudarle a conseguir sus fines o, incluso, a evadir a la policía.

En España abunda gente que, comprendiendo la gravedad de la opción unilateral ejecutada por el secesionismo catalán, manifiesta un miedo visceral a ser identificada con las posturas de la derecha o del “españolismo”. Y ese evidente pánico irracional les lleva a utilizar en su defensa los argumentos más peregrinos. La aceptación pública de muchos profesionales de las letras o las artes parece depender de que nunca exhiban la flaqueza de sostener en algún tema la misma opinión que la “derechona”. Porque, de hacerlo así, quedarían mediáticamente condenados de por vida. Por ello, la inmensa mayoría carece de la personalidad suficiente para exhibir públicamente una opinión propia, y prefiere mimetizarse con la corrección izquierdista dominante, anteponiendo las lentejas a cualquier atisbo de coherencia o dignidad.

La actriz catalana Mónica Randall declaró recientemente que algunas manifestaciones de Díaz Ayuso le recuerdan al Torra de hace años. Se refería a la reivindicación de la vida “a la madrileña”, santo y seña de la campaña electoral de la actual Presidenta autonómica. La veterana actriz añadió que “en Cataluña están los que se quieren separar de España, y en Madrid los que quieren poseer a España”, revelando su incapacidad para criticar a los suyos sin despotricar automáticamente de la otra. ¿Qué tendrá que ver la actitud xenófoba de Torra con las declaraciones de una política liberal que, con cierta incontinencia verbal (tampoco los líderes catalanes exhiben excesiva prudencia oratoria), defiende una forma de vida libre y abierta a todos? ¿Excluyen las políticas de Ayuso a algún catalán?

Esa necesidad de poner una vela a Dios y otra al diablo acaba de afectar también a Javier Cercas, conocido por su oposición al secesionismo identitario, al que define acertadamente como “un problema entre catalanes”. El reconocido escritor, residente en el Ampurdán, comprendiendo las poderosas razones para rechazar los indultos, ha solicitado un “acto de fe”, pidiendo “un voto de confianza” en la actuación del Gobierno, aun reconociendo que “quien se opone a esta medida no es un facha despiadado”.

El colmo del síndrome de Estocolmo lo ha experimentado Juan Espadas, Alcalde de Sevilla, proponiendo apoyar al Gobierno de Sánchez “tanto si defiende los indultos como si no”, en una gloriosa demostración de lo que se llama, con todas las letras, tener criterio propio. Al final todos tratan de revestir con un envoltorio grande un objetivo pequeño. Porque Sánchez, contrariando todas sus promesas electorales antes de ser elegido -y ante su magra cosecha parlamentaria de 120 escaños- optó por aliarse con el anticonstitucionalismo, ligando su futuro a él. Y ahora pretende asegurarse acabar la actual legislatura y sobre todo, como apuntó agudamente Arcadi Espada, conseguir su reelección en la siguiente, ambicionando el enorme silo de votos que Cataluña aporta en las elecciones generales españolas.

Algunos argumentarán que esta interpretación es inexacta, que no hay que permanecer en el inmovilismo, y que se trata de destensar, mostrarse magnánimo y calmar a los secesionistas montaraces, dándoles todo lo que reclame su insaciable voracidad. Sosteniendo que Sánchez no mira por él, sino que intenta solucionar -de cara al futuro- el complejo tema de Cataluña.

Estando convencido -como estoy- de que algún día habrá que afrontar de forma negociada el problema catalán, siempre de forma consensuada y sin prescindir de la opinión de la mitad de los españoles y de los propios catalanes, yo les compraría esa tesis exigiéndoles un solo requisito. Que sería la prueba del algodón para medir las sinceras intenciones del trilero Pedro Sánchez.

Dado que en el debate electoral, celebrado en noviembre de 2019, proclamó a los cuatro vientos que no dormiría por las noches con Podemos en el Gobierno, y además aseguró -sin ruborizarse- que los sediciosos catalanes cumplirían íntegramente las penas, e incluso que traería a España a Puigdemont para ponerlo a disposición de la Justicia, le pido que convoque inmediatamente elecciones generales anticipadas. Así se podrá calibrar, de la forma más democrática posible, el respaldo del pueblo español a la rectitud de su propósito. Y, si revalida su cargo, bien legitimado queda para indultar a quien le plazca. Actuando de esta forma, y no mintiendo siempre como un bellaco, les acepto el rollete sanchista de la magnanimidad y la distensión.

Al final toda esta historia -unida al síndrome de Estocolmo que en muchos genera- aboca a una peligrosa interpretación, que pocos perciben en su auténtica dimensión, distorsionados por la pugna partidista. Y es que se extienda la opinión de que defender la Constitución –el más exitoso instrumento democrático de nuestra larga historia- resulta algo obsoleto, y que las posturas en favor de la legalidad sostenidas por PP, Ciudadanos y Vox son algo fascista, rancio o casposo. Nadie quiere recordar que Sánchez apoyó a Rajoy aplicando el 155. Desde Tarragona al Ampurdán, pasando por Estocolmo.

PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN MALLORCADIARIO.COM EL 28 DE JUNIO DE 2021.

Por Álvaro Delgado Truyols