“Homo sapiens” es la denominación científica utilizada para identificar a los seres humanos, especie del orden de los primates perteneciente a la familia de los homínidos compuesta por animales sociales con altas capacidades mentales, que les permiten hablar, inventar y aprender conceptos abstractos. El nombre es una expresión latina que significa “hombre sabio”, y los científicos actuales -entre ellos, la eminente paleoantropóloga española María Martinón-Torres– consideran que pueblan la tierra desde hace 315.000 años (según vestigios encontrados en el Sáhara marroquí), aunque las evidencias más claras cuentan con 165.000 años de antigüedad (restos indubitados hallados en Sudáfrica y Etiopía). En cualquier caso, las pruebas más remotas de población humana se concentran todas en África.

Pero la vida terrenal del “hombre sabio” da muestras flagrantes de estar llegando a su fin. Hoy podemos detectar, favorecidos por el espectacular auge de las redes sociales, graves indicios de estupidez humana que ponen en cuestión la continuidad de nuestra evolución como especie sabia. El mítico “homo sapiens” está derivando en la nueva subespecie del “homo stultus” (traducido al español como el “hombre estúpido”), que prolifera alarmantemente en el siglo XXI. Ejemplos de la estupidez contemporánea los encontramos en todos los lugares del planeta y en cualquier actividad social, aunque especialmente concentrados en el mundo occidental. Y, sin hacer un especial esfuerzo de exhaustividad, les enumero algunos bastante recientes.

En la política nacional, hemos soportado a unas Ministras feministas conjurándose para aprobar una Ley que ha mandado a mil abusadores sexuales a la calle y tratando luego de impedir su reforma, que su Presidente ha tenido que acordar con la oposición. Sorprende ese feminismo moderno que favorece a tantos agresores de mujeres. Vivimos también cómo el mandamás de un gran partido nacional quiso desprestigiar a su única lideresa autonómica con gran tirón electoral, con el resultado de acabar expulsado vergonzosamente de su sillón. Acabamos de ver a una rubia almibarada especialista en traiciones proponiendo una nueva plataforma política carente de programa, presentándola con un lenguaje dirigido a espectadores de Barrio Sésamo, y sin comprender la diferencia entre Sumar y restar. Padecemos el narcisismo de un Presidente que se salta todos los controles democráticos e insulta y chantajea a las empresas, al que apoyan más de un 20% de los españoles con la esperanza de que no vuelva Franco, a quien el tipo invoca continuadamente en sus campañas. Vimos a un partido de la derecha más castiza presentando a un viejo comunista a una candidatura presidencial para la que necesitaba 176 votos, obteniendo sólo 53. Y sufrimos los delirios fluctuantes de una banda de fanáticos enajenados, que han convertido en tótem su lengua y sus calenturientos mitos medievales, consiguiendo que miles de empresas abandonen despavoridas su antes pujante territorio.

En política internacional, soportamos las terribles consecuencias de los desvaríos de un ex espía inflado de bótox, que se cree Catalina la Grande, y decidió cargarse la paz mundial para ser recordado como un héroe de su declinante patria. También el oscurantismo de un enorme país oriental que ha inventado el comunismo capitalista, y que puso en riesgo nuestras vidas generando a escondidas una pandemia mundial sin permitir que conozcamos su origen. En el otro lado de la Tierra, contemplamos asustados la alarmante decadencia de la mayor potencia mundial, en la que pugnan por su poder menguante un pirado pelirrojo con ínfulas de Billy the Kid y un irrelevante tipo senil, que va de lapsus en tropezón, manejado por peligrosas corrientes woke. Mientras tanto, muchos países de América Latina han descubierto brillantemente que la solución a sus problemas sociopolíticos es el viejo comunismo de siempre, siendo convencidos de ello por la incansable labor de un genio del nivel intelectual de Rodríguez Zapatero.

Examinando aspectos sociales, contemplamos alucinados como un famoso Club de fútbol pagó 7,5 millones durante 17 años al Vicepresidente de los árbitros españoles hasta el día que dejó de serlo, y tras ser pillado intentando desgravar las facturas en Hacienda, se defendió diciendo que es víctima de una conspiración franquista. O a una conocida actriz sesentona utilizando el semen de su hijo fallecido para tener, mediante vientre de alquiler, una hija-nieta cuyas fotos airea diariamente en las redes sociales sin respetar ningún decoro ni derecho de la menor. O a reconocidas Universidades (desde Harvard a la UIB) cancelando conferencias y despidiendo a profesores por manifestar opiniones discrepantes del credo woke mayoritario.

El resultado de todos estos despropósitos, descritos aquí de forma esquemática y caricaturizada, es la firme convicción de que en un tiempo cercano nos vamos a extinguir. Como pasó en el viejo Imperio Romano cuando se hartaron de vivir bien y degeneraron haciendo estupideces. Vamos a acabar con nuestra civilización occidental no por causa de un cataclismo, como sucedió con los dinosaurios. Nos vamos a extinguir, sencillamente, por gilipollas.

PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN MALLORCADIARIO.COM EL 08 DE MAYO DE 2023.

Por Álvaro Delgado Truyols