Joseph Robinette Biden Jr, más conocido como Joe Biden, ha tomado posesión el 20 de enero de 2021, en las escalinatas del Capitolio de Washington D.C., como el 46º Presidente de los Estados Unidos de América. A pesar de ser el candidato electo del Partido Demócrata, y el principal rival del Republicano Donald Trump, su discurso y la actuación musical de las cantantes Jennifer López y Lady Gaga han realizado reiteradas apelaciones al “sueño americano, a la “ayuda de Dios”, a la “defensa de la Constitución y de la unidad”, a que “somos una nación indivisible y a que la aspiración de su Presidencia será mantener una nación bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos”. Para rematar diciendo el nuevo mandatario que “ninguna nación puede avanzar en el caos; la unidad es el camino hacia adelante” y que “tenemos que acabar esta guerra entre rojos y azules, entre lo rural y lo urbano, entre lo conservador y lo liberal”.

A pesar de la ausencia de público y de las imágenes de los rostros de los asistentes cubiertos con mascarilla, que no le permitían a uno evadirse ni un minuto de la que nos está cayendo, la organización fue muy al estilo americano, tal como era de esperar. Teniendo como fondo el imponente Capitolio -dando así cumplimiento a una vieja tradición- se combinó formalidad con alegría y decoro, reflejados en la puesta en escena, en la compostura, en la puntualidad y en la vestimenta de los invitados. Todo ello debido al máximo respeto que el acto en sí demandaba, intercalado con momentos lúdicos protagonizados por artistas afines al Partido Demócrata, que le deben a los Estados Unidos el amparo que su potente industria musical les ha brindado para poder llegar a triunfar.

Vista la ceremonia de toma de posesión, ¿creen ustedes que un Presidente socialdemócrata podría hacer un discurso inaugural similar en España? ¿Serían tales expresiones bien recibidas por su propio partido, por la prensa de izquierdas, por los habituales sembradores de odio antifa en las redes, por los separatistas de variado pelaje que invaden nuestras Comunidades Autónomas, por los defensores de todo conflicto identitario y por los miles de ofendiditos varios que pueblan nuestro territorio nacional? Saben ustedes que no, y que además le llamarían fachaen el minuto uno. O incluso antes.

Ni siquiera un candidato del Partido Popular se atrevería a decir en público algo parecido a lo pronunciado solemnemente por Biden en su toma de posesión. Y es que somos un país de acomplejados retrospectivos que reniega de su cultura romano-cristiana, de su gloriosa influencia en la historia universal, de la unidad mantenida pacíficamente por más de 500 años, de su lengua común (que hablan 650 millones de personas en el mundo) y hasta de su Constitución democrática elegida por el 87,78% de los españoles en referéndum. Y encima nos regodeamos de entregar el poder a quienes odian todo lo español. ¿Cómo no van a ser los Estados Unidos de América un país mucho más próspero, importante y desarrollado que el nuestro? El milagro es que hayamos llegado hasta aquí.

Porque, además, el Gobierno de España debe ser el único del mundo que se hace oposición desde dentro. Tenemos un Vicepresidente -convertido en hooligan rabioso contra el sistema que le da de comer- que no gestiona nada, no decide, no da un palo al agua ni ejerce responsabilidades, y que se ha desentendido -desde el inicio de la pandemia- de las residencias de ancianos y demás “asuntos sociales” encomendados a su departamento. Su única tarea conocida, además de colocar de Ministra sin cartera a la parienta (otra que tampoco hace ni el huevo), es sembrar el odio entre españoles y tratar de destruir el régimen del 78, sólo para mantener sus votos e ir pagando entre los dos las cuantiosas cuotas hipotecarias de la mansión de Galapagar. Mientras se permite comparar a Puigdemont con los exiliados del bando republicano. El muy cretino. Y el muy bocachanclas.

Cuando con una mano el inquieto Iglesias remueve el gallinero de la política española, tratando de encubrir con polémica su clamorosa falta de gestión, con la otra le recuerda a Pedro Sánchez que lo tiene agarrado por las asaduras, tirándole con frecuencia del cordón de ese incómodo corsé que el Presidente intenta lucir disimulando su asfixia. Y es en esos sublimes momentos cuando, acuciado por la necesidad de demostrar colegueo y alineación gubernamental, el estirado armador del Falcon -autoproclamando progresista y haciendo gala verbal de tal cualidad- inventa palabros para erradicar nuestras celebraciones supuestamente carcas, y acaba llamando “Fiestas del Afecto” a la fiesta más tradicional y esperada por los españoles. Esa que tanto hemos echado en falta celebrar este año con cantidad de seres queridos. Y es que hay que ser rebuscado -y hasta cursi- para no llamar Navidad a la Navidad. Todo por renegar ante el progresismo patrio más cateto de nuestra indudable tradición cristiana.

Joe Biden no ha sido nunca especial santo de mi devoción. Lo veo como una senil marioneta del potente establishment demócrata USA, siempre tan bien colocado en las universidades, en las empresas tecnológicas y en las clásicas élites costeras que controlan los resortes del poder norteamericano. Esas que otorgan en las redes pomposas credenciales de democracia mientras apoyan sin ruborizarse que Silicon Valley silencie a Trump mientras mantiene abiertas las cuentas de Putin, Rohani o Maduro. Como si los usuarios fuéramos todos menores de edad. Pero, a pesar de todo ello, me gustó su discurso inaugural. Demostró más grandeza y generosidad de la que cabía esperar en un tipo sin brillo -de trayectoria personal más bien mediocre- que ha alcanzado la gloria a los 78 años, y a quien su principal adversario no tuvo la decencia de presentarse para entregarle los trastos. Y encima es católico y se atrevió a mencionar a Dios. El muy facha. Lo que dirán de él Pedro Sánchez y Pablo Iglesias cuando dentro de once meses felicite al pueblo norteamericano la Navidad.

Por Álvaro Delgado Truyols