En el conjunto de ensayos publicados en España bajo el nombre “Contra el fanatismo”, el conocido escritor y periodista israelí Amos Oz -tristemente fallecido a finales de 2018- gran luchador por la paz en el largo conflicto entre judíos y palestinos, realiza una disección implacable de los rasgos característicos de las personas fanáticas. Esos que tanto trató y sufrió -en uno y otro bando- desde su más tierna infancia transcurrida junto a los muros de Jerusalén, todavía en la época de la dominación británica. En su brillante obra, Oz, que fue Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2007, describe al individuo fanático como aquél que adopta una actitud de superioridad moral que le impide empatizar con los demás y llegar a acuerdos con ellos, tratando de imponer siempre su punto de vista. Y pone el ejemplo de compañeros suyos de un grupo pacifista israelí que le amenazaron con volarle la cabeza por mantener una línea discrepante de la mayoritaria. Lo que le lleva a afirmar que “la diferencia entre un idealista y un fanático se mide por la distancia existente entre devoción y obsesión. A diferencia del idealista, para el fanático el fin siempre justifica los medios”.

Como contraste con lo sucedido en todas las legislaturas transcurridas desde la instauración del régimen constitucional de 1978, en los dos últimos años hemos padecido en el Ayuntamiento de Palma a un Alcalde esencialmente fanático. Entendiendo por tal a alguien que, sustentado en escasos 20000 votos en una ciudad que supera los 400000 habitantes, ha vivido atrapado en la presunta superioridad ideológica de la causa minoritaria que defiende, sin molestarse en intentar que vivan cómodos en su propia ciudad los más de 380000 ciudadanos que no le votaron en el año 2015. Ese palpable fanatismo le ha llevado a intentar gobernar como un monarca absoluto, tratando de eliminar terrazas, cruceros y turistas, pretendiendo derribar monumentos erigidos por suscripción popular y desprovistos desde el año 2010 de cualquier simbología política, imponiendo exclusivamente el catalán de Barcelona a una ciudad que en la calle es completamente multilingüe, regando con dinero municipal a todas las organizaciones y personas cercanas a su cuerda, intentando fastidiar a los autónomos, emprendedores y empresarios, ideologizando hasta el paroxismo todos los acuerdos y las decisiones de gestión municipal, y hasta ralentizando la limpieza de las calles y de las pintadas y grafitis que empuercan nuestras fachadas para no molestar a algunos incívicos votantes suyos. El colmo ha sido la desfachatez permanente de compararse con su predecesor Emili Darder, hombre culto, formado y sensible, situado en las antípodas intelectuales de su descarado y presunto discípulo. La verdad es que esa típica frase de que “cuando a uno le eligen Alcalde se convierte en el Alcalde de todos” se la ha traído al fresco a quien ocupará hasta el 15 de junio la principal poltrona municipal. Y así le ha ido en las elecciones locales recientemente celebradas.

La verdad, entiéndanme ustedes, no es que pretenda a estas alturas que Antoni Noguera lea a Amos Oz. No me he vuelto loco. Aparte de ser la noche y el día en lo que se refiere a cualidades personales, bagaje cultural y altura intelectual, dudo que el primero pudiera siquiera alcanzar a comprender la sutileza, la fina ironía y el elegante señorío de quien fue capaz de criticar por todo el mundo los excesos de su propia tribu, aun perteneciendo a una familia que huyó a Israel tras sufrir una cruel persecución en toda Europa. Pero la suerte que tenemos en la vida es que, al final, las figuras como Oz trascienden y los Nogueras desaparecen. Su aldeanismo miope, llevado a la triste práctica de su nefasta gestión municipal, ha tenido al menos el efecto saludable en nuestra sociedad de generar brillantes candidaturas a sucederle, que han cambiado notablemente la composición del consistorio palmesano. Con lo que queda garantizado para el gestor fanático un adiós seguro y nada honorable. Justo lo que su sectarismo e incompetencia merecen. Tampoco es que la Alcaldía vaya a quedar en manos mucho mejores, pues la grisura infinita de su sucesor ya la conocemos, aunque resulta indudable que exhibe un talante menos radical y bastante más dialogante.

El libro de Amos Oz contiene un párrafo memorable, extraído de una conferencia que pronunció en los Países Bajos en agosto del año 2015, que dice así: “Llevo preguntándome desde que era un muchacho en Jerusalén cómo me sentiría siendo palestino, refugiado o no. Cómo sería vivir en la piel de un palestino, albergar recuerdos de palestino, soñar sueños de palestino. No por preguntármelo dejo de ser judío israelí. No me convierto en palestino, ni adopto toda la narrativa palestina, ni sucumbo a cada petición palestina. El preguntármelo tampoco me ha llevado a poner la otra mejilla. Pero me ha motivado a buscar un acuerdo. Llegar a un acuerdo, eso sí, está lejos de capitular. No tiene nada que ver con poner la otra mejilla”. Disfrutando de la grandeza de Oz, al que no alcanzaría ni volando a reacción en el Falcon del Presidente del Gobierno, creo que debería aplicarse el cuento Sr. Noguera. Ha sido usted un pésimo Alcalde de Palma. Por muchas razones, pero especialmente por no ser capaz de pensar -ni un solo momento- como si fuera uno de los 380000 palmesanos “palestinos” que no le votaron.

Por Álvaro Delgado Truyols