Nos vamos enterando ahora de que nuestro chulesco gallito del corral, el que se promocionaba chorreando testosterona en ese tratado de autobombo llamado “Manual de resistencia”, no es tan gallo como parecía. La road movie castiza que protagonizó desde finales de 2016 -a lomos de un Peugeot 407- recorriendo -supuestamente- durante seis meses todos los pueblos de España no fue más que una más de sus performances trucadas. Salida de caballo con llegada de pollino. Que, con el tiempo, ha ido degenerando en gallina.
Categoría: Política Página 19 de 29
En este extraño mundo que vivimos, las élites dominantes tratan incesantemente de exacerbar nuestros sentimientos y nublarnos la razón. Por la cuenta que les trae, los políticos actuales, en combinación con los propietarios de las empresas tecnológicas, que dominan las redes sociales, pretenden que la gente actúe impulsivamente condicionada por sus emociones -que ellos pueden fácilmente manipular- y que piense lo mínimo posible -cosa que, de generalizarse, resultaría peligrosa para sus objetivos totalitarios-. De ahí que hasta las modernas leyes educativas nos machaquen con los “sentimientos” pero ni mencionen las palabras “conocimiento” o “sabiduría”. Para sus intereses populistas, los mandamases del mundo actual necesitan un rebaño débil, sensiblero y manipulable antes que un pueblo culto, formado y con criterio.
Como en la triste película de Lawrence Kasdan, protagonizada en el año 1988 por William Hurt, en Palma hemos tenido como Alcalde -en estos últimos años- a un turista accidental. Turista por estar al frente -muy a pesar del sector- de una de las principales ciudades turísticas del mundo, y accidental porque nada hacía presagiar, en la personalidad y trayectoria vital de José Hila, que acabase dirigiendo los destinos de una compleja ciudad de más de 2.000 años, que hoy supera los 400.000 habitantes.
El mal endémico de España es nuestro arraigado sectarismo. Al que se añade una creciente dificultad para comportarnos como adultos. Preferimos gobernantes paternalistas que nos brinden protección antes que complicarnos la existencia generando un criterio propio, o ejerciendo complejas responsabilidades. Nos fascina el tutelaje de lo público como sustituto del esfuerzo, como solución ante la incertidumbre, como remedio de todo sufrimiento. Imploramos ayudas en lugar de arremangarnos para los sacrificios. Elegimos subvención y protección antes que independencia y libertad.
Con estas dos simples palabras se resume la sorprendente oferta política actual. Aunque nos sigan dando la tabarra con ellas todos los días, las clásicas izquierda y derecha ya no existen. La izquierda por haberse olvidado de la búsqueda de la igualdad, en pos de cualquier política identitaria que pillara por el camino. Y la derecha, una vez asimilada la compleja ingestión del socialdemócrata estado del bienestar, por vivir descuartizada a remolque de los complejos ideológicos que sus rivales les señalan con el dedo. Ya procedan de Franco, de Viriato o de Caín, que más atrás resulta imposible remontarse.
Desde los pensadores clásicos griegos (Platón, Aristóteles), todos quienes han reflexionado sobre la función del Estado en el desarrollo de las colectividades humanas han acudido a la idea del “bien común”. El Estado, concebido como organización de personas y medios materiales que comparten territorio e instituciones de gobierno, aspira a mejorar la vida de sus integrantes consiguiendo “el bien” para todos ellos. Ya se entienda de una forma colectiva (como hicieron Hegel o Marx) o como la suma de muchos bienes individuales (como hacían Rousseau, Hayek o Adam Smith). Para eso surgieron los Estados, y para eso los mantenemos con nuestros impuestos. Aunque ya advertía Kant de que el Estado “nunca debe pretender usar a los hombres para alcanzar sus propias metas”.
Muy a pesar de lo que nos conviene de verdad, egos y personalismos están acabando -a pasos agigantados- con la política gestión. Cosa que suele suceder cuando la gente competente abandona masivamente el desempeño de los asuntos públicos. En una época dominada por los gurús de la comunicación, la política espectáculo y la propaganda desorejada, la última en subirse al carro del estrellato mediático ha sido la Vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz. Una mujer desenfadada que se declara abiertamente comunista -sin importarle el exitazo arrollador de esa doctrina hasta la caída del muro de Berlín- pero que, en los últimos tiempos, se promociona como una estrella del rock.
¿Qué hace siempre ese individuo, con su cara de alelado, babeando ante el tirano? ¿Cuánto cobra por posar -unas cuantas veces al año- en el palacio de Miraflores bajo ese enorme retrato de Simón Bolívar? ¿Cómo consentimos los españoles -que le financiamos pensión vitalicia, coche oficial y escolta- que alguien a quien mantenemos de por vida avale continuamente los caprichos de un sátrapa caribeño?
En septiembre de 2018, conociéndose la intención de Sánchez de exhumar a Franco del Valle de los Caídos, escribí para El Mundo de Baleares un artículo llamado “El habitante del valle”, comentando mi sorpresa por la longevidad del dictador y su continuada presencia en nuestra vida pública. Hasta el Ayuntamiento de Palma ejecutó -hace poco- cazas de brujas franquistas, buscando momentos en los que titulares de algunas calles tuvieron relación con el régimen para eliminarlos fulminantemente. Sin pensar que esa búsqueda obsesiva podrían realizarla muchos políticos en sus propias familias, pues pocas se salvan hoy de antepasados cómodamente asentados en los 40 años de dictadura.
Hay gobernantes que contemplan a sus ciudadanos como a una jugosa bolsa de limones, destinados a ser exprimidos para extraerles todo el zumo posible. En especial si se trata de empresarios o autónomos, que no dependen en absoluto de la creciente mamandurria pública. Nuestro ejecutivo actual está plagado de amantes de la limonada, como llevan dos años demostrándonos Sánchez, Montero, Calviño, Escrivá y los demás encargados del área económica. Su objetivo es pasarnos por el exprimidor para atender los numerosos peajes que la subsistencia de nuestro peculiar Gobierno de coalición precisa.