La inmigración masiva y descontrolada es un problema complejo que presenta escarpadas aristas en las que pocos medios y opinadores quieren entrar, contagiados de esa nefasta corrección política que impone el wokismo dominante para evitar molestas cancelaciones y facilitar el acceso a las prebendas que proporciona el poder. Pero aquí por un lado va la opinión de los medios -especialmente los de la izquierda oficial- y por otro la preocupación de la sociedad. Y eso es lo que está sucediendo estos primeros días del 2024 en la ciudad de Palma.

Varias noticias recientes de graves sucesos han resultado ser protagonizadas por jóvenes delincuentes argelinos, aunque algunos medios se empeñen en ocultar sistemáticamente su nacionalidad. Tres de ellos fueron detenidos por agredir sexualmente y robar a una chica que volvía a casa de noche en el barrio de El Terreno. Dos más por robos reincidentes en viviendas de la zona de la Plaza de Toros. Otros cuatro por agredir y robar un reloj a un ciudadano en la Plaza de los Patines cuando iba a recoger su coche tras haber cenado por los bares del Paseo Mallorca. Dos más por okupar y causar daños en viviendas del barrio de La Soledad. Y otro fue capturado en el aeropuerto cuando huía de Mallorca con un reloj de alta gama que había robado este verano.

Es difícil no relacionar estos actos delictivos con la masiva llegada de pateras, que en el año 2023 ha batido el récord de más de 2500 inmigrantes, fundamentalmente argelinos, y con el cambio repentino en la política del Gobierno de Sánchez sobre el Sáhara, quien pasó de un día para otro de defender las tesis de Argelia a alinearse con todos los postulados de su gran rival Marruecos. Tras ello, parece lógico pensar que el Gobierno argelino -que rompió el tratado comercial y de amistad con España a raíz del inexplicado vuelco en nuestra política exterior- nos está obsequiando con el envío masivo de delincuentes sacados de sus cárceles, que contrarían por la vía de los hechos la tesis buenista sostenida por la izquierda de que todos los inmigrantes que recibimos huyen del hambre y de la guerra buscando una vida mejor. Sin ánimo de estigmatizar, ya vemos cómo algunos se la procuran a costa de empeorar notablemente la tranquilidad y la seguridad de los ciudadanos baleares.

Resulta indudablemente cierto que la inmigración es un drama, uno de los más importantes retos a los que se enfrenta actualmente el mundo occidental, cuya solución requiere de urgentes e importantes inversiones económicas en los países de origen para facilitar a seres humanos desesperados una solución laboral y personal que sus corruptos y despóticos Gobiernos son incapaces de proporcionar, tan preocupados por enriquecerse con los numerosos recursos naturales que les suministra el continente africano.

Pero este fenómeno encubre una tenebrosa cara B, que el buenismo hoy imperante no puede impedirnos conocer ni comentar. El envío masivo de pateras responde muchas veces a intereses políticos o económicos de sus tiránicos gobernantes, y también a las lucrativas expectativas de poderosas mafias que hacen del tráfico de personas el más siniestro de los negocios.

La llegada irregular a Baleares de muchos jóvenes con pasaporte recién renovado y móviles de alta gama con la batería cargada -cosa sorprendente si llevan días en el mar- permite pensar que son traídos cerca de nuestras costas en organizados barcos nodriza. Sean sus Gobiernos o sean las mafias, urge aplicarles con rigor el Código penal e incrementar medios para una política de inmigración que, atendiendo debidamente a quien corresponda, vele por una mayor seguridad de los ciudadanos insulares.

PUBLICADO EN MALLORCADIARIO.COM EL 15 DE ENERO DE 2024.

Por Álvaro Delgado Truyols