Oriol Junqueras comparó recientemente la invasión de Ucrania con la opresión que vive Cataluña, mientras miles de civiles ucranianos morían aplastados bajo los implacables bombardeos rusos. Aunque, por mucho que fuerce sus símiles el locuaz político independentista, todos nos damos cuenta de la diferencia entre la política y la comedia. Admirando en estos días cómo un antiguo cómico televisivo se convertía en héroe ante los tanques del amable Putin, recordamos con bochorno a un político transmutado en cómico huyendo a Bélgica en el maletero de un coche ante la amenaza del terminator Rajoy. Su tan dispar actuación ante opuestas situaciones de riesgo nos proporciona la exacta medida del carácter de cada líder y de la seriedad de sus respectivas causas.

Cuando Puigdemont huyó despavorido ante la dubitativa actuación del Gobierno español frente a su butifarréndum de opereta, el otrora cómico Zelensky está ofreciendo al mundo una lección de orgullo y dignidad ante los demoledores ataques rusos. Cuando ucranianos de todo el mundo abandonan sus confortables vidas y retornan para alistarse y morir defendiendo a su patria, la muy gallarda burguesía catalana compra oleadas de pisos en el barrio de Salamanca de Madrid para huir del Procés y pagar menos impuestos, empadronándose en el imperio mesetario de Isabel Díaz Ayuso. Por eso Oriol, estimat, tus comparaciones interesadas hoy resultan completamente patéticas.

La Unión Europea nació, tras la Segunda Guerra Mundial, con un objetivo principal: unir a los países europeos para evitar más guerras causadas por los nacionalismos y el comunismo. Cosa que, en muchos países del continente, henchidos de ese hedonismo inculto y posmoderno que parece privarnos de toda consciencia, hoy parecemos haber olvidado.

El dictador Vladimir Putin adora la vieja Unión Soviética y desprecia burlonamente las democracias liberales europeas. Le parecen países decadentes, vergonzosamente alejados de su obsesiva idea imperial. Por ello emplea a miles de hackers -en enormes naves situadas a las afueras de Moscú- para desestabilizar mediante fake news todos los regímenes occidentales, mientras acumula cabezas nucleares para recuperar por la fuerza su viejo imperio medieval.

Mientras eso lleva años ocurriendo, Occidente ha poblado sus gobiernos con clones del infame Zapatero. Los Bush, Thatcher, Aznar, Merkel o Chirac, gente con personalidad y sentido de Estado, han sido sustituidos por Biden, Macron, Sánchez y otros políticos inanes, pseudoecologistas, antimilitaristas y flower power, que hace décadas olvidaron gravemente que la libertad se defiende luchando, y jamás compadreando o volviendo la espalda a los sátrapas que hoy invaden Asía y América.

Dijo Fernando Savater que “Europa no es solo un conjunto de fronteras, sino que representa también unos valores de libertad y democracia”, en especial tras las derrotas del nazismo y el comunismo acaecidas en el siglo pasado. Valores que todos defendieron intensamente tras la durísima experiencia de las dos grandes guerras pero que, con el cambio de centuria, ya no parecen prioritarios.

Nuestro mundo de “Zapateros” ha caído en un profundo relativismo moral, en un postureo pacifista que aprovechan muchos desalmados para rearmarse alarmantemente, en un ecologismo pueril que nos aboca a peligrosas alianzas energéticas, y en un montón de principios woke que son síntomas de la decadencia política de Occidente. Que nos han llevado a adoptar decisiones escasamente inteligentes: acoger un concepto de lo “verde” que nos hace depender del gas que suministran dictaduras como Rusia o Argelia, marginar nuestra ya paupérrima inversión en defensa (Sánchez pretendía suprimir el Ministerio), acoger una inmigración descontrolada que -junto a personas desgraciadas- nos introduce escoria que quiere destruir nuestra civilización, y no hacer caso a los múltiples avisos que ciertos tiranos (Putin, Kim Jong-un, Xi Jinping, Chávez, Maduro) llevan tiempo emitiendo por megafonía.

Alemania fue la primera en reaccionar. Un canciller socialdemócrata que empezó dubitativo, Olaf Scholz, quien gobierna con verdes y liberales, decidió aumentar su gasto en defensa -alcanzando el 2% del PIB- y dar un giro completo a su política exterior. También Finlandia y Suiza han roto su secular neutralidad, enviando los primeros armas a Ucrania y congelando los segundos activos de los dirigentes rusos. Y el resto de la Unión Europea ha reaccionado al unísono, como Putin jamás esperaba. Lástima que Sánchez -heredero de Zapatero-, lastrado por sus nefastas compañías y por la cobardía que siempre muestra ante hechos de gravedad, esté llevando a España a la irrelevancia en política exterior.

Las democracias liberales que confortablemente disfrutamos languidecen si no se defienden de las tiranías. Hoy las guerras se pueden librar de diferentes maneras, aunque todas requieren sacrificios y valentía. Por suerte podemos cambiar ataúdes por turbulencias económicas, aunque el admirable heroísmo de los ucranianos nos reconcilie a todos con lo mejor del género humano. Ahora que vemos muy cerca el rostro del terror, acabemos con los inútiles “Zapateros” que pueblan nuestras instituciones desde hace años, o el paraíso que habitamos sin duda se extinguirá.

PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN MALLORCADIARIO.COM EL 07 DE MARZO DE 2022.

Por Álvaro Delgado Truyols