La actitud de Luis Rubiales ante la victoria de la selección española femenina de fútbol en el Mundial de Australia y Nueva Zelanda fue algo mucho más propio del protagonista de una película de Torrente que de un alto cargo institucional en un importante acontecimiento mundial. Ni las tensiones vividas en torno al equipo en los últimos meses ni la euforia de una victoria tan importante y simbólica para nuestras jugadoras justificaban, en modo alguno, su actitud chulesca y prepotente, sus modales garbanceros y su patético descontrol.

Al máximo representante del fútbol español se le ha pagado generosamente para que mantuviera la compostura y ejerciera una modélica representación de nuestro deporte, no para que actuara como un hooligan alcoholizado en un pub de Magaluf plantando besos en los morros, tocándose obscenamente los genitales o paseando a jugadoras sobre sus hombros. Todo ello en el palco presidencial y sobre el terreno de juego de la final de un Mundial, con las cámaras televisivas deleitándose en su grosería. Luego remató su exhibición insultando macarrónicamente a quienes le criticaron.

Todo debería haberse resuelto fulminantemente con una dimisión irrevocable, que se ha resistido a asumir tras perder sus apoyos políticos y futbolísticos. Aunque llama la atención el trato desbordante que el caso ha tenido en los medios de comunicación, eclipsando el propio triunfo de las chicas, nuestra compleja situación política y otras victorias relevantes como los oros de nuestros marchadores María Pérez y Álvaro Martín en los Mundiales de Atletismo de Budapest.

Aquí resultan chocantes dos aspectos diferentes. El primero, que el propio Rubiales -que gana 675.761 euros al año, más una ayuda de vivienda de 3.000 euros mensuales- había protagonizado numerosos escándalos previos (montaje de la Supercopa en Arabia Saudí -asociado con Piqué- con pingües beneficios para ambos, denuncias de Clubes de fútbol de diferentes categorías por corruptelas, organización de orgías en una casa de Salobreña a cargo de la Federación con abundantes señoritas contratadas al efecto, espionaje a varios miembros del Gobierno y al Presidente de la AFE) que no le pasaron una factura relevante hasta su beso injustificable a Jennifer Hermoso. Hemos podido comprobar cómo, en España, resulta socialmente más reprobable dar a una chica un beso espontáneo que malversar o robar.

Y el segundo, que todos los españolitos que acaban prácticamente de revalidar en el Gobierno a los partidos que aprobaron una Ley infumable, que puso en la calle a miles de abusadores sexuales, pederastas y violadores, se echen durante una semana las manos a la cabeza porque un garrulo maleducado planta un pico en los morros a una futbolista famosa.

Vivimos en un país peculiar poblado por personajes torrentianos e inquisidores implacables. Aunque la hoguera de nuestros Torquemadas contemporáneos se muestra sorprendentemente selectiva.

 

P.D. La actriz Anabel Alonso robó un beso mucho más persistente a Jordi Cruz en MasterChef que no produjo disculpa ni reproche popular. Ahora Alonso ha despellejado a Rubiales en redes sociales. Paradojas de nuestra asimétrica igualdad.

PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN MALLORCADIARIO.COM EL 28 DE AGOSTO DE 2023.

Por Álvaro Delgado Truyols