El blog de Álvaro Delgado Truyols

Palma Ciutat 30

Los accesos rodados a la capital balear reciben hoy a los conductores con unos enormes paneles blancos que dicen “Palma Ciutat 30”. Esa machacona leyenda hace referencia a la política de movilidad del consistorio municipal, en vigor desde hace casi un año, que pretende -en una ciudad de más de 400.000 habitantes- que ningún automóvil se desplace a más de 30 km/h, so pena de incurrir en cuantiosas multas que nuestro Ayuntamiento se está inflando a cobrar.

Aunque muy diferente resulta la velocidad a la que circulan por nuestras calles motos, bicis y patinetes eléctricos, poniendo mucho más en riesgo la integridad física de cualquier peatón, con varios peligrosos accidentes recientemente conocidos. Pero el objetivo era penalizar a los coches, “para que no sean propietarios exclusivos del 80% de la ciudad”, como dijo en 2020 el Alcalde José Hila, que no entiende la diferencia entre un dueño y un usuario de las vías de la capital.

Los cerebros de nuestra política municipal desconocen la palabra “planificar”. Su necesidad de hacer propaganda y sus recurrentes obsesiones ideológicas les exigen lanzar continuas campañas, sacar los automóviles del centro, instalar carriles bicis donde no caben, cerrar calles al tráfico y establecer limitaciones a la velocidad (también en la vía de cintura, una autopista de circunvalación de tres carriles por sentido, a 80 km/h) para vender una ciudad “verde”, “sostenible” y “descontaminada”, sin haber previsto alternativa alguna para que los ciudadanos se acerquen al centro, ni para que los coches no contaminen a escasos kilómetros del núcleo urbano principal. Con un resultado desolador.

Todos podemos entender que las arterias principales de los centros urbanos, especialmente en las zonas más comerciales, tengan restricciones al tráfico rodado. Pero ello exige una adecuada planificación, que suele llevar bastantes años para su correcta implantación. Sin prisas por colgarse medallas o cortar las cintas inaugurales. Se comienza por construir aparcamientos disuasorios en los principales accesos a la ciudad, luego por conectarlos con los principales medios de transporte público, y después por acercar a los mismos ciudadanos a las calles del centro en metro, autobús o tranvía, y no en su vehículo particular. Aparte de facilitar que otros accedan por carriles para bicicletas construidos de forma segura, y no encajados de mala manera entre un carril-bus y una avenida de gran volumen de circulación rodada.

El objetivo debería siempre conciliar dos tipos de intereses: garantizar una mejor sostenibilidad de los núcleos urbanos, pero también mantenerlos vivos estimulando la actividad comercial (tiendas, restaurantes, hoteles, terrazas) de las zonas más céntricas, evitando el riesgo de que una mayoría de ciudadanos visite exclusivamente los centros comerciales del extrarradio de la ciudad, ante las enormes dificultades para acceder, circular y aparcar en el centro. Porque, de no hacerse así, el riesgo de desertificación, cierre de negocios, deterioro y empobrecimiento de los centros históricos será un hecho, como está sucediendo hoy en Palma a pasos agigantados.

La excusa de que otros municipios han implantado medidas parecidas aquí no sirve. Grandes Alcaldes como Paco Vázquez (La Coruña), Iñaki Azcuna (Bilbao), Gabino de Lorenzo (Oviedo), Rita Barberá (Valencia) o Francisco de la Torre (Málaga) consiguieron mejorar sus ciudades de una manera espectacular. Pero todos lo hicieron a lo largo de un proceso de más de una década, e incluso de varias. Los milagros no existen en política, y menos en cuestiones de planificación urbanística. Aunque todos tenemos claro que nuestro José Hila y su tropa jamás integrarán ese olimpo de grandes transformadores -para bien- de sus envidiables capitales.

Otra cuestión relevante es el tema de las infraestructuras y el transporte público. Nuestros políticos locales quieren cambiar Palma sin gastar un euro, porque tienen comprometido el presupuesto para pagar a la ingente tropa desorejada que se reparte el abigarrado gobierno municipal. Ellos apañan su peculiar sostenibilidad low cost con unos cuantos paneles blancos, un carril bici mal trazado, unos cientos de discos de prohibición, seis o siete radares estratégicamente colocados, la policía local tramitando multas por doquier, y voilà. Magia potagia para cambiar una ciudad. Sin pensar que los Alcaldes antes mencionados acometieron ingentes obras de infraestructura -e invirtieron enormes cantidades de dinero- en desarrollar sus urbes sin saber si ellos cortarían algún día la cinta inaugural. Su vocación no era solo alimentar su carrera política, sino conseguir una mejora imperecedera para todos sus conciudadanos. Y lo lograron en todos los casos.

Las habituales excusas de los restos históricos y las dificultades técnicas para no hacer nada tampoco nos valen. El Ayuntamiento de Roma -que tiene algunos monumentos más que Palma- está construyendo una nueva línea de metro que circulará por debajo del Foro de Nerva, del Coliseo y del Arco de Tito. Y lo hace, con las medidas de seguridad y las precauciones que corresponden, con objeto de facilitar las visitas y el acceso de todos los turistas a los inmortales monumentos de los que vive la Ciudad Eterna. En Palma, una línea circular de metro paralela a la vía de cintura con cinco paradas radiales estratégicas en el centro histórico solucionaría los problemas de acceso mediante el mejor medio de comunicación que existe en las ciudades modernas. Aunque ello impediría subvencionar tantos chiringuitos y obligaría a olvidarse del tranvía, que añade congestión a calles estrechas como las que caracterizan nuestro centro histórico.

La improvisación, la falta de consenso con los afectados y la ineficiencia acumulan otros ingredientes, que -juntos- vienen a corroborar una pésima gestión. Cuando recordamos que estos mismos gobernantes hicieron un referéndum para suprimir las terrazas (perdido por humillante goleada), que odian los cruceros, los hoteles o los comercios, y que adoran los infames grafitis que emborronan nuestro casco antiguo entendemos lo que quieren para nuestra ciudad. Una ciudad que The Times declaró en 2015 como la mejor del mundo para vivir, y que la OCU ha considerado -solo 6 años después- como la tercera de España con peor calidad de vida.

Ya entendemos mejor lo de “Palma Ciutat 30”. Como en bastantes otros temas, pretenden llevarnos de vuelta a 1930.

PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN MALLORCADIARIO.COM EL 25 DE OCTUBRE DE 2021.

Por Álvaro Delgado Truyols

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2 comentarios

  1. Tomeu buades Geis

    Puede más la ideología, que el sentido común arrasarán el centro de Palma, con alegría de los centros comerciales.

  2. Espero que la gente reaccione. En lo municipal hay más sensibilidad hacia la buena o mala gestión. Gracias Tomeu.

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