Hoy tenemos que tratar del fascinante personaje llamado Félix Bolaños, correveidile multiusos -con aspecto de monaguillo recién levantado- que nos está proporcionando jornadas de gloria en varias recientes comparecencias públicas.

Bolaños es un abogado que trabajó en el departamento laboral de Uría, uno de los más reputados despachos legales españoles (sus compañeros han declarado que experimentaron un alivio indescriptible el día que se marchó), y acabó contratado en el Banco de España, donde obtuvo plaza de Letrado. De ahí dio el salto a la política de la mano de Pedro Sánchez, quien le acaba de convertir en ministro de Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes, un sorprendente departamento que reúne -bajo una sola mano- los tres poderes del Estado: el legislativo, el ejecutivo y el judicial. Alardeando con total naturalidad de su concepción autocrática del Estado, Sánchez ha convertido a Bolaños en la antítesis contemporánea de Maquiavelo: todos los poderes están reunidos bajo una sola mano, que le obedece como su esbirro más fiel.

Estas últimas semanas el hiperactivo multiministro ha tenido que desempeñar varios papelones para justificar las trapacerías ordenadas por su dueño y señor. El primero se produjo ante la anulación por el Tribunal Supremo -en sentencia dictada por un juez “progresista”- del nombramiento de la ex ministra de Trabajo Magdalena Valerio como presidenta del Consejo de Estado, al no reunir el requisito legalmente exigido de ser una “jurista de reconocido prestigio”. La denuncia fue presentada por la Fundación “Hay Derecho” -de la que me honro en ser Patrono- y al señorito Bolaños no le pareció bien que “una entidad privada pueda discutir ante los Tribunales decisiones del Gobierno”. Alguien debería explicarle al ministro de Justicia que el hecho de que los ciudadanos se defiendan del poder es la esencia de toda democracia.

Ante las alarmas suscitadas por la proyectada Ley de Amnistía, Bolaños ha efectuado varias visitas a Bruselas para explicar al departamento europeo de Justicia -presidido por el comisario belga Didier Reynders– las particularidades de dicha Ley, el acuerdo con los separatistas catalanes y las acusaciones de la oposición -y de todas las asociaciones profesionales de juristas españoles- de que el Gobierno atenta contra el Estado de Derecho.

El desarrollo de estas entrevistas ha sido hilarante. Al acabar cada una de ellas comparecía Bolaños -a quien el contacto con el inquilino de Moncloa parece haber contagiado su chulería, aunque no su porte- ejerciendo de espontáneo ventrílocuo de Didier Reynders, explicando con todo detalle lo que se supone que le había dicho el comisario, e insistiendo machaconamente en su “cero preocupación” sobre la situación del Estado de Derecho en España.

Algo después comparecía el propio Reynders -o algún colaborador de su departamento- explicando a los periodistas españoles su seguimiento de la cuestión, las preguntas que estaban haciendo al Gobierno y su voluntad de pronunciarse de una forma manifiesta cuando conozcan el texto definitivo de la Ley de Amnistía aprobada por el Parlamento español, todo ello bajo el ritmo habitual que sigue normalmente la Comisión Europea.

La secuencia reiterada de las comparecencias de ambos ha sido propia de un programa de José Luis Moreno. Por un lado, el esforzado ventrílocuo rebajando de manera chulesca las declaraciones del comisario, al que trataba como un muñeco dócil, manipulable y complaciente. Por otro, el resignado Reynders cobrando vida propia, rebelándose contra la teatralización y desmontando reiteradamente las manifestaciones de su manipulador.

El grave error de Bolaños, y en general del Gobierno de Sánchez, es pensar que en Europa pueden engañar como aquí. Allí no funciona igual que en España su bien regado equipo de “opinión sincronizada”.

PUBLICADO EN MALLORCADIARIO.COM EL 11 DE DICIEMBRE DE 2023.

Por Álvaro Delgado Truyols