Las vacaciones suelen proporcionarnos una visión más lenta de nuestra propia realidad cotidiana. Son como contemplar desde la quietud de un palco el acelerado mundo que nos rodea, o como bajarnos del tren que nos transporta a toda velocidad viendo cómo se aleja desde el andén.

Dos semanas de asueto suelen ser tiempo suficiente para descansar de cualquier trabajo. Y yo tengo la suerte de desconectar desde el primer minuto. Este año decidí disfrutar de esa rápida desconexión fijándome con detenimiento en todas aquellas cosas de las que acababa de descabalgar. Al hacerlo, cualquiera se apercibe enseguida de que habitamos un mundo de cagaprisas, de que la cultura de la urgencia y lo inmediato ha conquistado inexorablemente nuestra sociedad.

La primera contemplación de tipos acelerados se produce en las carreteras. Cuando uno se desplaza estando de vacaciones suele tener menos prisa para llegar a cualquier sitio. O eso suele ocurrirme habitualmente a mí. Aunque no sucede igual con la mayoría de la gente. Motos haciendo zigzag a centímetros de los vehículos de la autopista conducidas por alegres tipos vestidos en traje de baño, automóviles a dos palmos del que les precede intentando arañar unos metros o segundos bastante inútiles, veraneantes cabreados haciendo sonar sus cláxones para tratar de llegar a la playa algunos momentos antes…. Ese es el desbarajuste rodado general.

Otra situación estresante la viví yendo a recoger unos libros a mi despacho profesional. Conociendo mis clientes que estaba dos semanas cerrado por vacaciones, comprobé la cantidad de correos electrónicos recibidos y que los teléfonos de la oficina no paraban de sonar. Comunicaciones fallidas de personas preavisadas cuyos nervios les hacen ignorar olímpicamente el descanso ajeno -nunca el propio- y que se muestran incapaces de esperar escasos días de agosto para resolver asuntos que pueden solucionar el resto del año.

Qué decirles del maldito whats app, hoy convertido en una vía implacable y agresiva de envío de documentos y realización intempestiva -a cualquier hora del día o incluso de la noche- de las más variopintas consultas profesionales. La gente ha transformado un ágil instrumento de comunicación personal en una intromisión abusiva en la vida laboral, cuando existen medios mucho más pertinentes para acceder adecuadamente a la obtención de los servicios de cualquier profesional.

La última contemplación de individuos agitados la experimenté en el supermercado. Gente con atuendo vacacional intentando colarse en diferentes cajas, o presionando en las colas como si los productos del carrito fueran a subir su precio por minutos, o la cajera fuera una guardiana fronteriza encargada de sellar su pasaporte para conseguir huir de la guerra de Ucrania.

Semejante nerviosismo veraniego nos permite constatar lo insano que resulta vivir así. Especialmente si uno está de vacaciones. Porque la mayoría de cagaprisas que les acabo de describir se encontraban, por su atuendo o sus circunstancias, veraneando igual que yo. No me extraña que en el mundo occidental se receten actualmente toneladas de ansiolíticos. Pocos me parecen contemplando el estrés incontrolable de la fauna que nos rodea.

PUBLICADO EN MALLORCADIARIO.COM EL 19 DE AGOSTO DE 2024.

Por Álvaro Delgado Truyols