La observación de los hábitos circulatorios de los conductores mallorquines genera conclusiones peculiares, y da pie a una serie de reflexiones bastante recurrentes que hoy quiero compartir en esta columna. Con independencia de que en las ciudades cada vez se conduce peor, pues la gente suele estar más pendiente de lo que sucede en el interior de su vehículo -teléfono móvil y pantallas incluidas- que de los peligros que nos acechan fuera de él, la palma de oro de las infracciones habituales de tráfico se la suelen llevar los usuarios de las dos ruedas.

Vaya por delante mi máximo respeto a los motoristas porque, además, tengo amigos y familiares moteros. También quiero expresar todo mi aprecio hacia los esforzados ciclistas que pueblan nuestras calles y carreteras, muchos de los cuales cuentan también con mi amistad. Y, cómo no, mis mejores deseos para los usuarios de patinetes, siempre que muestren el mismo respeto hacia los demás que el resto tenemos necesariamente que mostrar con ellos, dada su extrema vulnerabilidad. Pero, llegados hasta aquí, quiero formular algunas reflexiones que muchos compartirán en estos despendolados meses veraniegos, en los que el concurrido parque móvil de las dos ruedas se incrementa y desordena aun más de lo habitual.

La primera de esas reflexiones hace referencia a la falta de respeto de las reglas de tráfico, esas que están ahí para protegernos a todos, ellos incluidos. Aunque existen muchísimos usuarios responsables, una parte no desdeñable de quienes pilotan motos, bicis o patinetes lo hace con el objetivo prioritario de saltarse a la torera las normas de circulación. Algunos no entienden el empleo de su ágil vehículo si no les sirve para circular en dirección prohibida, subirse a las aceras, no respetar las reglas en los adelantamientos, saltarse los semáforos en rojo y no cumplir ni una sola señal fija de tráfico. Para esta banda de tipos irresponsables, las dos ruedas representan un símbolo de libertinaje, una clara patente de corso para vulnerar alegremente cualquier norma que les constriña. Eso significa para muchos -erróneamente, y con grave peligro para su integridad- ser motero, ciclista o patinador.

La segunda de las reflexiones hace referencia a la pobre indumentaria de bastantes de esos conductores. Nuestras autoridades deberían reflexionar sobre la enorme permisividad que existe para dejar pilotar todo tipo de vehículos de dos ruedas sin portar la más mínima protección (casco aparte). Cuando estamos hablando de seguridad, no debe servir la excusa del verano, de las reducidas distancias o del calor para que la gente vaya en moto sin camiseta, en pantalones cortos, usando chanclas o con la espalda al aire, ya que el riesgo de cualquier caída puede convertir esa mínima indumentaria en un gravísimo problema personal.

Las hiperrealistas campañas de nuestra DGT han abordado poco esta preocupante realidad cotidiana. Su objetivo no debe ser solo evitar graves accidentes en autovías y carreteras. El desmadre que observamos en la mayoría de pueblos y ciudades tiene una trascendencia estadística muy superior.

Nada de lo aquí descrito tiene que ver con el desafortunado accidente que ha afectado al muy querido Jaime Anglada, caso en el que las negligencias -al parecer conducir duplicando la tasa de alcohol permitida, realizando maniobras imprudentes y omitiendo el deber de socorro- son imputables al conductor del coche que arrolló al cantante mallorquín, quien fue ingresado en prisión sin fianza por el juez encargado del caso.

Todos somos poco conscientes de la trascendencia de respetar las normas de circulación. Actos que pueden parecernos de escasa importancia, dada la velocidad a la que muchos circulan, suelen acarrear consecuencias indeseadas.

PUBLICADO EN MALLORCADIARIO.COM EL 18 DE AGOSTO DE 2025.

Por Álvaro Delgado Truyols