El día 18 de julio de 1938, cuando se cumplían dos años del inicio de la Guerra Civil, el presidente de la República española Manuel Azaña, abrumado por su propia contribución al desastre nacional, dijo en el Saló de Cent del Ayuntamiento de Barcelona: “es obligación moral, sobre todo de los que padecen la guerra, cuando se acabe como nosotros queremos que se acabe, sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible, y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que les hierva la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelva a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído magníficamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad, perdón”.
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Para los poco aficionados al fútbol, les explicaré que el VAR es un sistema de videoarbitraje que se ha implantado hace unos años en el fútbol mundial, mediante el cual se revisan a cámara lenta algunas jugadas dudosas con la intención de corregir errores arbitrales. El sistema, que se vendió como una innovación positiva similar a la ya usada en otros deportes -tenis, rugby, hockey, fútbol americano-, ha funcionado aceptablemente en una mayoría de países, aunque en otros -especialmente en España- está generando grandes polémicas hasta el punto de que entrenadores como Lionel Scaloni (selección argentina) o Jagoba Arrasate (RCD Mallorca) han afirmado con mucha rotundidad que se aplica con arbitrariedad y que ha acabado distorsionando el juego.
Dijo recientemente Albert Rivera que “no podemos tener un modelo democrático que dependa de los límites morales de un presidente”. Y esa luminosa apreciación, que tan bien retrata la forma en que Pedro Sánchez gobierna hoy despóticamente España, resulta igualmente aplicable a Donald Trump, con quien Sánchez presenta bastantes más similitudes -ya lo explicó con brillantez, en la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados, Cayetana Álvarez de Toledo– de las que nunca quiso imaginar.
Tras años de contacto accidental con varios procedimientos penales que han finalizado de forma satisfactoria, me gustaría compartir algunas reflexiones sobre la evitable pesadilla social sufrida en nuestra tierra por demasiadas personas de forma innecesaria e incluso malintencionada. Como veterano profesional del Derecho -especializado en otras materias, aunque forzado a profundizar en las particularidades del Derecho penal económico- hago públicos estos comentarios con la esperanza de que, en el proceloso mundo de nuestra Justicia balear, otros los hagan algún día un poco suyos.
La hiperactiva reaparición de Donald Trump ha ofrecido a muchos opinadores la excusa perfecta para achacarle los males del mundo y desviar el foco mediático de temas menos cómodos: las tropelías de Sánchez contra el Estado de Derecho o la terrible ineficacia reglamentista de la Unión Europea. Trump se ha convertido, actualmente, en el Lucifer universal.
Arturo Pérez Reverte retrató el turbio mundo de los grafiteros en su novela “El francotirador paciente”, explicando en una entrevista posterior que “el grafitero no pinta por pintar, lo hace por ganarse una reputación en un mundo de reglas y códigos muy estrictos y conocidos, que además se arriesga. Hay héroes y villanos, delatores y cobardes en ese mundo, mucho más complejo de lo que parece a simple vista». Al final de la entrevista, el escritor desvelaba lo que uno de ellos le había contado: “Yo es que no quiero exponer. En un museo compites con Picasso, y en la calle compites con el cubo de la basura y con la guardia que te persigue. Pero en la calle eres libre”.
Una de las señas de identidad del actual Gobierno es la colonización de todas las instituciones del Estado para ponerlas incondicionalmente a su servicio. Entre las más llamativas, destaca la estratégica colocación al frente del Tribunal Constitucional -órgano encargado de velar por el cumplimiento de los derechos y garantías previstas en nuestra Constitución- de un soldado del PSOE como el magistrado Cándido Conde-Pumpido.
La aparición de DeepSeek, una aplicación de inteligencia artificial (IA) de fabricación china, hizo estremecer al mundo tecnológico hasta el punto de que el lunes 27 de enero se evaporó un billón de dólares del valor bursátil de las principales fabricantes de IA del mundo.
En su ensayo “Cómo mueren las democracias”, publicado en 2018, los politólogos de la Universidad de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt explican cómo líderes elegidos democráticamente pueden ir subvirtiendo gradualmente las instituciones con el único fin de aumentar o mantener su poder. Con referencia al poder judicial, uno de los principales contrapesos del poder ejecutivo en todo sistema verdaderamente democrático -en el que existe separación de poderes-, sostienen dichos autores que “los gobiernos que no logran eliminar a los jueces independientes pueden sortearlos plagando los Tribunales de afines”. Eso es lo que hizo Donald Trump en su primer mandato con el Tribunal Supremo de los Estados Unidos, y lo que intenta consumar ahora Pedro Sánchez tras haber colonizado groseramente el Tribunal Constitucional con ex ministros y ex empleados de La Moncloa comandados por el inefable Cándido Conde-Pumpido.
“Algunos hombres buenos” es una película norteamericana del año 1992, interpretada por Tom Cruise, Demi Moore y Jack Nicholson, que narra el juicio seguido ante un Tribunal militar por el asesinato de un marine en la base naval de Guantánamo del que son acusados dos compañeros, descubriéndose durante el proceso que dicho fallecimiento encubre una trama de malos tratos y abusos físicos ordenados por el comandante de la base.